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sábado, 15 de enero de 2011
Deprisa, deprisa...
Traigo aquí este post publicado por el blog amigo Ex Orbe. Está muy bien argumentado, y aunque tengo un cariño inquebrantable al Papa Juan Pablo II, he de decir que lleva toda la razón...
Finalmente tendremos un beato súbito. Comparando con lo que costaba sacar adelante una causa de beatificación-canonización cuando las causas de los Santos se llevaban con más rigor, después de todo cinco años no son nada, tratándose de lo que se trata.
Pero entiendo que lo que se trata es algo muy grave, porque beatificar/canonizar no es cuestión baladí. Aunque la ligereza con la que se reformó el procedimiento canónico por voluntad del nuevo próximo beato súbito haya rebajado tan notablemente las graves consideraciones que todo proceso de canonización debe (debería) tener.
Por ejemplo, si el antiguo promotor fidei, esa figura temible conocida popularmente como "abogado del diablo", hubiera estado vigente, el proceso del beato súbito no hubiera durado ni un mes. O no se hubiera incoado, siquiera. Ahora que ya no hay abogados del diablo, se sabe (se prueba) que las causas de beatificación-canonización progresan adecuadamente, sin obstáculos casi. Si interviene el entusiasmo, como en este caso, la garantía de concluir el proceso en breve es una más que probabilidad.
¿Y los milagros etc.? Milagros etc. tienen otras causas, muy bien estudiados y contrastados. Pero son causas paradas, en stop, una situación que se dice, en términos canónicos, dilata sine die. Si no de derecho, sí de hecho. Por ejemplo, y sir más lejos, la causa del venerable Pio XII, detenida por el complejo/tráuma judío y la prudente consideración de que no es oportuna su conclusión. El resultado es ese estado quasi de letargo, latente, en que se ralentizan algunas causas hasta que les llega el momento oportuno. Como fue el caso del beato Pio IX, emparejado en la beatificación con Juan XXIII, para hacer pasar al uno por el otro, dada la antipatía que en algunos sectores políticos de Italia se le tenía al Papa antagonista (víctima) del Risorgimento.
Es decir, que se escoje a quien se quiere y se prefiere una causa y no otra, pretiriendo a unos y promoviendo a otros. Todo sin faltar al orden canónico, sin prevaricar canónicamente, con toda justicia y rectitud. Sí. Pero seleccionando y ordenando las precedencias, urgiendo unas causas y dejando a su ritmo natural/sobrenatural otras. Qué duda cabe que, en este sentido, la causa del beato súbito ha sido una causa, más que urgente, urgida.
¿Y por qué esta urgencia? Yo creo que por evitar complicaciones ulteriores que la impedirían o - por lo menos - la demorarían considerablemente. Más de una vez he comentado que a Juan Pablo IIº o lo canonizan pronto, o no se canonizará. Se trata de una de esas figuras cuya impresión se modera considerablemente en cuanto se aleja uno del personaje y sus fuertes impresiones. Quiero decir, entre otras cosas, que es distinta la estampa del Papa animoso y entusiasta, desafiante y optimista, tenaz y sacrificado, al otro perfil de Juan Pablo IIº y su pontificado que se ha ido descubriendo desde el año 2005 hasta el presente. No refiero hechos porque ni me resulta agradable citarlos, ni lo juzgo necesario, suponiendo que el que lea esto sabrá a qué me puedo estar refiriendo. Correr un tupido velo es, muchas veces, una necesidad piadosa, que, sin embargo, no supone suspender el juicio crítico sobre las cosas y sus protagonistas.
Absolutamente, sostengo que cinco años son insuficientes para ponderar un pontificado tan extenso y prolífico en acontecimentos y hechos como el de Juan Pablo II. Tanto más si se trata de emitir un juicio definitivo y terminante sobre el mismo, ya que eso es, en cierta manera, lo que supone beatificarle. Si con la persona van también sus hechos, me parece patente que ciertos actos del Papa Wojtyla son bastante cuestionables. Y algunos, como la aberración de Asís 1986, insostenibles.
Recuerdo un libro titulado "La fabricación de los santos" de un tal Kenneth Woodward, del año 1990, más o menos; un periodista católico americano que escribió un reportaje divulgativo sobre el tema de las canonizaciones, bastante crítico, con algunas tesis poco católicas. Pero recogía interesantes testimonios de algunos de los más famosos y activos postuladores de causas de santos de aquellos años, ya en plena época de las poli-beatificaciones y canonizaciones juanpablistas. En uno de los capítulos en que se tocaba el particular de las canonizaciones de los Papas, el famoso padre Gumpel (uno de los postuladores de la Compañía de Jesús que, entre otras, defiende la causa de Pio XII) dice expresamente que - "...no deberíamos dar la impresión de que el papa (quiere decir todos los papas) es necesariamente un candidato a la santidad". A continuación, el periodista escritor comentaba lo dificil que va a ser librarse de esa impresión, hoy tan generalizada entre los católicos, dado el frenesí de gloria (dice él) que la presencia del Papa (sobre todo en sus viajes y encuentros multitudinarios) suscita entre los fieles.
Qué duda cabe que el caso de Juan Pablo II y su súbita beatificación es un patente caso de esto último.
Por supuesto, quede constancia de la obediente obsequiosidad con la que el que esto escribe acogerá/acatará al beato súbito (y al santo, si llega). Pero conste también que a los Santos en particular se les tiene devoción libre y concreta, sin obligación de encenderles velas a disgusto. Así que, supongo, al beato súbito le profesaré devoción global, sumaria, en el totum de la Communio Sanctorum.
Y Dios proveerá.
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