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miércoles, 2 de febrero de 2011

Purificación de la Virgen y Presentación en el Templo


En tiempos de Cristo, la ley prescribía en el Levítico que toda mujer debía presentarse en el templo para purificarse a los cuarenta días de haber dado a luz. Si el hijo nacido era varón, debía ser circuncidado a los ocho días y la madre debería permanecer en su casa durante treinta y tres días más, purificándose a través del recogimiento y la oración. La Santísima Virgen quiso cumplir con esta ley judía, sin necesitarla pues como sabemos fue pura desde el mismo instante de su ser natural.

Ya que se cumpliera la fecha, acudía en compañía de su esposo a las puertas del templo para llevar una ofrenda dependiendo de las posibilidades económicas: corderos, pichones o tórtolas. Con respecto al niño, todo primogénito debía ser consagrado al Señor, en recuerdo de los primogénitos de Egipto que había salvado Dios. Lo mismo pasaba con los animales primogénitos.
 

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