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martes, 27 de septiembre de 2011

LA REFORMA LITÚRGICA DEL VATICANO II : PABLO VI LE DIO LA RAZÓN AL CARDENAL OTTAVIANI EN SUS CRÍTICAS A LA PRIMERA EDICIÓN DEL "NOVUS ORDO"

 

No vale la pena recoger las piedras que se lanzaron contra el cardenal Ottaviani cuando se le ocurrió dirigirse por escrito al Papa en 1969, a raíz de la promulgación del Nuevo Misal, para pedirle con amor filial una reconsideración del mismo, sobre todo de algunos números concernientes a la "Ordenación general del Misal romano". Los medios de comunicación y no pocos eclesiásticos trataron a dicho cardenal como si se tratara del más encarnizado enemigo de la Santa Iglesia católica. Pero en realidad todo se explica sabiendo la ojeriza que le guardaban los que estaban siempre prontos a acoger cualquier novedad y a darla por buena, o mejor, por la sola razón de ser nueva. Es un acto de justicia recordar los titulares de protesta y de rechifla contra el gran cardenal, aparecidos en uno de los rotativos de Madrid, a cuenta de uno de estos clérigos "progresistas" que acusaba a Ottaviani de haber dado al Papa el mayor disgusto de su vida. Y hasta revista tan oficiosa como nuestra Ecclesia dio cabida en sus páginas a una crónica de Roma que rezumaba ira y casi desprecio para el cardenal. Su toma de posición acerca del Nuevo Misal se presentaba como exponente máximo de la corriente mas "ultra" del grupo tradicionalista, en un intento de bloquear, "aunque con ninguna posibilidad de éxito, el lento y gradual impulso de reforma en la Iglesia", patrocinado por Pablo VI. Y se recogían juicios y apreciaciones acerca de la postura del cardenal que no miraban a otra cosa sino a dejarle en mal lugar frente al Papa, tachándole, cuando menos, de indiscreto y reaccionario.

No faltaron otros que a cara descubierta le dijeron "soberbio y desobediente". Tampoco faltaron los que señalaron su distinto comportamiento cuando se trató de intervenciones pontificias en otra línea más tradicional, v. gr., la de la Mysterium fidei, Sacerdotalis coelibatus, Catecismo Holandés y Humanae vitae, como si no pudiera estar justificada la distinta toma de posición de una misma persona sobre problemas diversos y hasta sobre distintas decisiones de una misma autoridad, cuando lo que se discute no es la autoridad, sino la oportunidad o el acierto de lo que se ordena, que por lo demás se esta dispuesto a acatar.
Sin embargo, Ottaviani no estaba solo: Aparte que su carta al Pontífice iba apoyada también por el cardenal Bacci, y un escrito adjunto de gran numero de teólogos de valía, otras muchas personalidades, de una forma u otra, expresaron también reservas o reparos. Sin ir más lejos, el mismo arzobispo de Madrid-Alcalá hizo, en una entrevista periodística, algunas puntualizaciones en este sentido. Y monseñor Guerra Campos, secretario del Episcopado español, en unas declaraciones concedidas al diario Ya, de Madrid, a raíz de la publicación en L'Osservatore Romano del comunicado de la Comisión de la Santa Sede, en que se apuntaba la posibilidad o conveniencia de corregir algunas redacciones del Nuevo Misal, vistos los reparos puestos por algunos, dijo entre otras cosas: La Ordenación o "Institución del Misal", no debe confundirse con el texto del Misal. Aquella son la instrucción y norma reguladora del uso de este. Generalmente no es doctrinal. De hecho, el mismo secretario de la Congregación, Bugnini, reafirmo que tal Ordenación no es un texto dogmático, sino mera y simple exposición de normas o ritos.
 
Pero lo que importa es saber ahora que, sin embargo, Ottaviani tenía razón, y no la tenían en absoluto los que arremetieron contra su escrito al Pontífice, metiéndose no solo con lo que en el se decía, sino también con quién lo decía y la intención con que lo decía. Sí, tenía razón y el Papa Pablo VI se dio cuenta: acogió la sustancia de las reservas de Ottaviani sobre el Nuevo Misal y exigió que en la nueva edición se hicieran los cambios necesarios.

Notaba nuestro obispo secretario, Mons. Guerra Campos, que en la Ordenación había una veintena de números que innegablemente contenían materia doctrinal acerca de la Misa. Sobre todo los números 7 y 8. Y lo que ellos decían sería tornado por más de uno como síntesis doctrinal del misterio eucarístico. Y aunque era verdad que, bien leída, toda la Ordenación contenía recogida y dispersa a la vez toda la doctrina tradicional sobre la Misa, no obstante, había que reconocer que, si estos números (los 7 y 8 especialmente) se leían desligados de los demás, resultaban defectuosos, tanto por lo que tocaba al sentido de la memoria y presencia, como al carácter sacrificial de la santa Misa.


Si el equivoco hubiese sido buscado a propósito, no podría formularse mejor: era todo un monumento de ambigüedad. Y en aquella situación de la Iglesia era de temer la utilización parcial de estos textos, de buena o de mala fe; por ello la ocasión ofrecida a la ambigüedad era lamentable y no fácil de explicar. Palabras estas bien graves y significativas las del secretario de los obispos españoles, y que, desgraciadamente tuvieron, muy luego, comprobación práctica, pues protestantes hubo que dijeron poder hacer ya suya la doctrina católica sobre la Misa, y hasta decir nuestra Misa.

Sobre dos puntos fundamentalmente recayeron las objeciones contra la Ordenación del Nuevo Misal: el de la doctrina acerca de la significación de la Misa, cuya definición o descripción, dada por el Nuevo Misal, no parecía fiel a la tradicional doctrina católica ni a lo definido por Trento; y el de lo que es y supone el sacerdote celebrante en orden a la celebración eucarística, tanto respecto a Cristo como respecto a la asamblea o pueblo. Quien conoce la fidelidad insobornable del cardenal Ottaviani a la tradición católica y sabe de la virtud personal que le adornaba (a la cual dedicaremos otro artículo), así como de la lealtad a toda prueba que tenía al Vicario de Cristo, en quien veía, como él mismo dijo, “la estrella salvadora que nos alumbra en esta noche que atraviesa la Iglesia”, comprenderá sin dificultad lo amargo que seria para él tener que dirigirse al Santo Padre para pedirle una reconsideración de la Ordenación del Nuevo Misal.

Este, sin decir herejías, parecía preferir el lenguaje de que gusta a la herejía al otro que se había elegido cuidadosa e intencionadamente a la hora del Concilio de Trento para cerrar de modo definitivo el paso a una inteligencia herética de la Misa. Las palabras textuales de la famosa carta dirigida a Pablo VI por Ottaviani decía textualmente: "... el nuevo Ordo Missae, si uno considera los elementos nuevos, susceptibles de muy diversas apreciaciones, que en él aparecen sobreentendidos o implicados, se aleja de manera impresionante, en el conjunto y en el detalle, de la teología católica de la santa Misa, tal como fue formulada en la sesión XX del Concilio de Trento, que fijó definitivamente los 'cánones' del rito, levantando una barrera infranqueable contra toda herejía que pudiera poner en peligro la integridad del Misterio."


Y como prueba se referían al examen crítico que acompañaban, preparado por un grupo escogido de teólogos, los que comenzaban, en efecto, diciendo que el Nuevo Misal venia redactado de manera que "puede, en muchos puntos, contentar a los protestantes más modernistas". Y, puestos a señalar estos puntos, censuraban, en primer lugar, la definición de la Misa contenida en el n. 7 del Ordo, donde la palabra "Cena" jugaba con un exclusivismo o preponderancia sospechosos, sin que la presencia real, la realidad del sacrificio, la sacramentalidad del sacerdote (que mas que como presidente de la asamblea hay que ver como actuando en la persona y con la representación de Cristo mismo) y la identidad del sacrificio del altar con el sacrificio del Calvario que no venían debidamente expresados.


Como ya hemos dicho, Pablo VI prestó buena atención a las palabras de Ottaviani y las oportunas correcciones fueron hechas en la segunda edición típica vaticana del Novus Ordo, destacándose debidamente todos esos elementos antes en baja en la definición de la Misa. Así, por ejemplo, donde antes ponía:


“La Cena del Señor, o Misa, es la asamblea sagrada o congregación del pueblo de Dios, reunido bajo la presidencia del sacerdote para celebrar el memorial del Señor. De ahí que sea eminentemente valida, cuando se habla de la asamblea local de la Santa Iglesia, aquella promesa de Cristo: ‘Donde están reunidos dos o tres en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos" (Mt. 18,20).’”


Después de la carta de Ottaviani y la revisión que mandó hacer Pablo VI, se cambió el tono y las expresiones y se puso:


“El pueblo de Dios, bajo la presidencia del sacerdote que representa la persona de Cristo, es convocado y reunido en la Misa o Cena del Señor, para celebrar el memorial del Señor o sacrificio eucarístico. En consecuencia vale de un modo eminente para esta reunión local de la Iglesia santa la promesa de Cristo: "Cuando dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos" (Mt. 18,20). En la celebración de la Misa, en efecto, en la que se perpetúa el sacrificio de la Cruz, Cristo esta realmente presente en la misma asamblea reunida en su nombre, en la persona del ministro, en su palabra, y de modo sustancial y continuo bajo las especies eucarísticas.”


Y podríamos poner otros ejemplos similares. Dijeran, pues, lo que dijeran algunos hipercríticos del cardenal Ottaviani, que se atrevieron a tildarle de ignaro de la teología viéndole poner peros a la redacción del Novus Ordo, tenía toda la razon su examen critico y Pablo VI quiso insistir en la audiencia del 19 de noviembre de 1969, que aunque cambien gestos y expresiones en la Misa, la significación y realidad de esta no cambia: "La Misa del nuevo Ordo es, pues, y seguirá siendo, incluso con mayor evidencia en alguno de sus aspectos, la misma de siempre. La unidad entre la Cena del Señor, el sacrificio de la Cruz y la renovación representativa de ambos acontecimientos en la Misa es inviolablemente afirmada y celebrada en el nuevo orden, al igual que lo era en el precedente. La Misa es y seguirá siendo el memorial de la ultima Cena de Cristo, en la cual el Señor, convirtiendo el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre, instituyó el sacrificio del Nuevo Testamento, y quiso, que en virtud de su sacerdocio, conferido a los Apóstoles, fuera repetido en su identidad, aunque ofrecido en modo diverso; es decir, en modo incruento y sacramental, en memoria perenne de El hasta el día de su venida final" (L'Osservatore Romano, 20-11-69).


Tomado de "Historia de la Iglesia"

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