Santa Misa presidida por el sacerdote sevillano P. José María Gayarrola y Queralt LC, en el Convento de MM Carmelitas Descalzas de Malagón, Ciudad Real, III Fundación de Santa Teresa de Jesús. Cruz central a ejemplo del Santo Padre.
jueves, 30 de diciembre de 2010
"la Fraternidad San Pío X está más cerca del Papa de lo que parece"
Traemos un extracto de la entrevista publicada en el blog Messa in Latino realizada el 27 de diciembre a Monseñor Fellay  Superior General de la Sociedad de San Pio X en Nueva Caledonia, en el periódico Nouvelles  Calédoniennes .
"Nuestra situación es  controvertida, pero también está relacionada con lo que sucede en la  Iglesia Católica. La vida de la Iglesia ha cambiado con el Concilio [Vaticano  II]. Y el balance es devastador. Ha disminuido la  cantidad de los sacerdotes y monjas. Hay una pérdida  generalizada de la vitalidad religiosa. Hay que hacer  algo para restaurar la situación. La libertad total destruye  la sociedad. Los  hombres necesitan una ayuda especial para aprender el camino de Dios y la  salvación de las almas. Por otra parte, el Papa ha regresado a las ideas  tradicionales. Se ve muy bien que hay una desviación que  debe corregirse. Estamos mucho más cerca del Papa de lo que  parece". 
miércoles, 29 de diciembre de 2010
Misa Novus Ordo en Talavera de la Reina
Celebración de la Santa Misa "novus ordo", celebrada versus orientem, ante la arqueta de las reliquias del Beato Saturnino Ortega Montealegre, mártir, en Talavera de la Reina (Toledo).
Ecumenismo y Tradicionalismo
Es más que llamativo, que el ecumenismo sea tan bien visto, incluso con aquellos que denostan nuestros dogmas de fe más esenciales, y sin embargo los que siguen la liturgia tradicional, católicos en todas sus consecuencias, sean vistos poco menos como una lepra en la Iglesia, una lacra digna de ser extirpada y excomulgada. Mientras que la liturgia tradicional es hoy igual de válida que la liturgia del misal de Pablo VI, y que no ha variado, ni mutado, sino que es católica en toda su amplitud, se valoran muchas veces más las liturgias adulteradas protestantes, carentes de Sacramentos y que niegan la presencia real de Cristo, base de nuestra fe. Más flagrante es ver el entusiasmo de algunos Prelados por asistir a pantomimas de oración ecuménicas, con religiones diametralmente opuestas a la Fe Católica, y luego ver el empeño por aplastar y echar de sus diócesis todo atisbo de tradicionalismo.No digo que el ecumenismo sea necesariamente malo, ¡cuánto debiéramos aprender de las Iglesias orientales!, sino que no se puede hacer ecumenismo intentando excluir lo que es Católico y doctrinalmente sano de por sí. La gran incongruencia de nuestros tiempos.
Nuevos miembros de la Congregación para el Culto Divino
El Santo Padre ha designado hoy como nuevos miembros  de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los  Sacramentos a los siguientes cardenales: 
- Raymond Leo Burke, Prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica.
 - Albert Malcolm Ranjith Patabendige Don, (en la fotgrafía) Arzobispo de Colombo.
 - Mauro Piacenza, Prefecto de la Congregación para el Clero.
 - Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.
 - Kazimierz Nycz, Arzobispo de Varsovia.
 - Velasio De Paolis, Presidente de la Prefectura para Asuntos Económicos de la Santa Sede.
 
Mons. Negri: “El Papa está siendo obstaculizado por fuerzas negativas de resistencia”
Presentamos una interesantísima  entrevista que Mons. Luigi Negri, obispo de San Marino-Montefeltro, ha  concedido a La Voce di Romagna, tomamos la traducción del blog La Buhardilla de Jerónimo.
Excelencia, el rasgo característico de este pontificado es la  relación entre fe y razón: ¿por qué insistir en la liturgia?
La liturgia es la vida de  Cristo que se realiza en la Iglesia e involucra existencialmente a los  cristianos. La liturgia no es simplemente un culto que se eleva desde el  hombre a Dios, como en la gran mayoría de las formulaciones religiosas  naturales.
La  liturgia es el amplio realizarse del acontecimiento de la vida, pasión,  muerte y resurrección del Señor que toma forma en el organismo  sacramental e involucra a los cristianos en un sentido sustancial y  fundamental, haciéndolos pertenecer a Cristo y a la Iglesia a través de  los sacramentos de la iniciación cristiana, y luego los acompaña en las  grandes opciones y en las grandes etapas de su vida. En las grandes  opciones vocacionales – matrimonio, orden – o en las etapas de la vida.  Ahora bien, la liturgia defiende la facticidad de Cristo y de la  Iglesia. Por eso tengo mucha gratitud hacia el profesor De Mattei por su  extraordinario libro sobre la historia del Vaticano II y las páginas  dedicadas a un lento e inexorable “socializarse” de la liturgia, ya  antes del Concilio: como si el valor de la liturgia estuviese en la  posibilidad de que el pueblo cristiano participara activamente en un  evento que era luego vaciado, de hecho, de su sacramentalidad y  terminaba por ser una iniciativa de sociabilidad católica.
Y yo creo que en la liturgia se juega la  verdad de la fe porque se juega la gran alternativa que Benedicto XVI ha  puesto al comienzo de la Deus caritas est: el cristianismo no es  una ideología de carácter religioso, no es un proyecto de carácter  moralista, sino que es el encuentro con Cristo que permanece y se  desarrolla en la vida de la Iglesia y en la vida de cada cristiano. 
La liturgia hace presente el hecho de  Cristo en el flujo y en el reflujo de las generaciones: “Haced esto en  memoria mía”. Yo creo que también la defensa de una conciencia exacta  del dogma depende de la verdad con que se vive la liturgia. En este  sentido, desde siempre la Iglesia ha afirmado que “lex orandi, lex  credendi”: es la ley de la oración que hace nacer la ley de la fe pero  sobre todo que la vigila de manera adecuada y positiva.
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Dos aspectos me parecen centrales en el libro de Ratzinger  “Teología de la liturgia”: la prevalencia lamentablemente verificada de  un sentido de la Misa como asamblea, “evento de un determinado grupo o  Iglesia local”, cena; por o tanto, la participación entendida como el  actuar de varias personas que, según el autor, se transforma a veces en  parodia. Y luego la celebración hacia el pueblo que, por una serie de  malentendidos y malas interpretaciones “se presenta hoy como el fruto de  la renovación litúrgica querida por el Concilio”, escribe el Papa.  Consecuencias: la comunidad como círculo cerrado en sí mismo y una  clericalización nunca antes vista donde todo converge en el celebrante. 
Yo estoy de acuerdo en que el  Papa deberá continuar una “reforma de la reforma” litúrgica del  Concilio, usando una expresión de don Nicola Bux. Pero debe ser dicho  con extrema claridad que al Papa le está costando hacer esta “reforma de  la reforma”. Existen tendencias negativas de resistencia, ni siquiera  tan pasiva. La reforma litúrgica venida después del Concilio la mayoría  de las veces se ha llenado de pseudo-interpretaciones o ha hecho valer  casos excepcionales como norma – basta pensar en el problema de la  lengua o el de la distribución de la Comunión en la mano. Ha habido  auténticos “golpes” de las Conferencias episcopales frente a Roma. 
Ciertamente hubo una debilidad  de la reacción vaticana, probablemente debida a tensiones y  contra-tensiones incluso dentro de las estructuras que debían regular la  interpretación exacta y la aplicación del Concilio. Ahora bien, aún  teniendo presentes estos datos condicionantes a los que un gobierno de  la Iglesia debe hacer frente en forma realista, la alternativa es entre  una sociologización de la liturgia – como decir, un funcionamiento  adecuado de las leyes y de los comportamientos de la comunidad cristiana  reunida para celebrar la Eucaristía, que se convierte en el sujeto de  la celebración eucarística antes que en su interlocutor privilegiado – y  el volver a traer al centro al verdadero sujeto de la celebración  eucarística, que es Jesucristo en persona. La estructura de la tradición  litúrgica, así como la Iglesia del Concilio la ha recibido, salva los  derechos de Cristo y la presencia de Cristo. Entonces todo esto que se  hace para agotar o reducir la conciencia de la presencia de Cristo en  beneficio de la modalidad con que la comunidad está presente, es una  pérdida del valor último de la liturgia, del valor ontológico, diría don  Giussani, y por lo tanto, metodológico y educativo. En el tiempo en que  entraba en vigor por primera vez la reforma del Concilio Vaticano II,  una altísima personalidad vaticana – no puedo decirle cuál pero es  cierto, porque lo he leído con mis propios ojos – escribió que así  finalmente la celebración de la Misa volvía a ser “una sana palestra de  sociabilidad católica”. 
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¿Me puede decir, al menos, si  estaba unos escalones más arriba que Monseñor Bugnini?
Muchos escalones más arriba que  monseñor Bugnini.
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“En Italia, salvo pocas honrosas  excepciones, los obispos y los superiores de las órdenes religiosas se  han opuesto a la aplicación del Motu proprio”: lo declaró el  vicepresidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei a un año de  distancia de Summorum Pontificum, con que Benedicto XVI “liberalizó” la  liturgia tradicional tridentina. Una denuncia muy fuerte de  desobediencia del episcopado italiano. ¿En qué punto estamos en la  aplicación del Motu proprio? En su diócesis, ¿hay celebraciones de la  liturgia en la forma extraordinaria del Misal Romano de 1962?
Yo he tratado de aplicar,  además de recibir y explicar a mi clero el sentido profundo de este Motu  proprio que, en mi opinión, es una posibilidad dada a quien quiere en  la Iglesia valorizar una riqueza más amplia y articulada de aquello que  está a disposición de todos. Es como si el Papa hubiese reabierto la  posibilidad de una celebración litúrgica que el individuo y el grupo  siente más acorde a su deseo de crecimiento y a sus principios. Sin  embargo, debo decir que han faltado hasta ahora las normas aplicativas,  que nosotros estamos esperando desde hace años.
Básicamente, por lo que se puede hacer  hoy, allí donde el obispo ha obedecido, como en mi caso, se celebran no  muchas sino todas aquellas Misas que han sido pedidas, según la  modalidad precisamente identificada por el Motu proprio. Cuando antes  dije que al Papa le resulta difícil hacer pasar la “reforma de la  reforma” tenía precisamente en mente un Motu proprio del que faltan, a  más de tres años de su promulgación, las dimensiones aplicativas. Pero  me parece que el rechazo, la resistencia, han sido no tanto sobre el  Motu proprio sino más si bien sobre el hecho de que la reforma litúrgica  del Vaticano II, así como los textos son interpretados y como la  liturgia se ha ido determinando, parece que no pueda ser puesta en  discusión. La resistencia es sobre la posibilidad misma, que en cambio  el Papa ha abierto, de tener otras formas de aplicación de la vida  litúrgico-sacramental: esto está en cuestionamiento, no las  aplicaciones. Mientras que el Papa dijo: hay una riqueza litúrgica  sacramental a la que toda la Iglesia, si quiere, puede acceder, sin que  todo sea reconducido a una sola forma; en mi opinión, hay un amplio  estrato de los eclesiásticos que considera que, en cambio, la reforma  del Concilio Vaticano II arrasó con todo lo que estaba antes. Es aquella  hermenéutica de la discontinuidad sobre la que el Papa intervino con  mucha claridad y decisión.
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Según un sondeo de Doxa, el 71  por ciento de los católicos encontraría normal que en la propia  parroquia conviviesen las dos formas del rito romano, tradicional y  nuevo. El 40 por ciento de quienes van a Misa todos los domingos, si la  tuviesen en la parroquia, preferirían ir todas las semanas a la Misa de  San Pío V. ¿Cómo comenta estos datos, que deben ser tomados con cuidado  como toda encuesta?
Sigo siendo  de la opinión que, más allá de estos datos, hoy la Iglesia debe ser muy  disponible en ofrecer formas y modos de participación en la vida de  Cristo que correspondan en su diversidad a la inevitable diversidad que  existe entre los hombres y entre los jóvenes. Creo que nos debe animar  un sincero entusiasmo misionero. En un momento en que las iglesias se  vacían y hay tantas dificultades para una percepción adecuada del  misterio de Cristo y de la Iglesia, todo lo que pueda facilitar debe ser  utilizado, ¡pero no para afirmar las propias opciones ideológicas! El  choque tradicionalismo-progresismo no tiene ya razón de ser, y de esta  superación estamos realmente en deuda con Benedicto XVI. Son  contraposiciones ideológicas que hipostatizan puntos de vista,  sensibilidades, formas, en lugar de preguntar qué sirve más a la misión  de la Iglesia y, por lo tanto, a su tarea educativa. 
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¿Cómo celebraba la Misa don Luigi Giussani? ¿Cuál era su  pensamiento sobre la liturgia y cómo recibió la reforma?
He visto a Giussani celebrar según el  rito de san Pío V: lo celebraba con la conciencia profunda de ser  protagonista de un evento de gracia que abría al corazón y a la vida de  los hombres. Y lo he visto celebrar según la liturgia reformada, del  mismo modo. Giussani iba a lo esencial y, por naturaleza, no estaba  inclinado a subrayar excesivamente los particulares. No puedo decir cómo  reaccionó a la reforma porque no recuerdo que hayamos hablado de esto,  ni entre nosotros dos, aunque habíamos tenido centenares de horas de  diálogo sobre todos los problemas de la vida de la Iglesia y de la  sociedad, ni públicamente. Pero la imagen de la liturgia que tenía está  contenida en aquel bellísimo librito “Dalla liturgia vissuta, una  proposta”. Creo que tanto la liturgia tradicional como la liturgia  reformada, si se mantienen en la identidad que le es reconocida por el  magisterio, pueden favorecer que una vida se convierta en propuesta de  vida: la liturgia es una vida, la vida de Cristo con los suyos, que se  convierte en propuesta de vida. No creo que estuviese dispuesto a morir  para salvar la liturgia de san Pío V pero no creo tampoco – por lo que  lo he conocido en cincuenta años de convivencia – que dijese  inmediatamente que la liturgia del Vaticano II fuese la mejor posible.  Más bien creo que, como sobre otras cuestiones del Concilio Vaticano II,  tuvo algunas dificultades interpretativas, como ahora es reconocido por  parte de la gran mayoría de los pastores y de los teólogos  inteligentes. Tan cierto es que, después de cuarenta años, Benedicto XVI  dice que comienza ahora una verdadera interpretación del Concilio.
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¿Qué características tendrá la parte religiosa y eclesial de  la visita del Papa a San Marino en el 2011?
Habrá una celebración de la Misa en San  Marino para toda la diócesis, en el estadio de Serravalle, en la mañana  del 19 de junio, según el programa oficioso que poco a poco se está  haciendo oficial.
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En estos días usted ha sido  objeto de la observación de un periodista, en un periódico laico, sobre  la desproporción entre su personalidad – “punta de diamante” - y la  diócesis que le ha sido confiada, definida “diócesis de opereta”.
Estoy agradecido a este  periodista por los elogios, un poco inmerecidos, que me ha hecho, no  sólo en este caso sino también en otros momentos. En los tortuosos  caminos que terminan en la provisión de una determinada iglesia  particular, o bien de una responsabilidad también central en la  conducción de la Iglesia, nadie, y menos yo, es tan ingenuo como para no  saber que hay movimientos, contra-movimientos, reacciones,  contra-reacciones, intereses, que tienen un gran peso. Yo mismo escribí  algo sobre el carrerismo en mi columna “Opportune et importune” en  Studi Cattolici, por eso toda esta fenomenología de una  presencia de actitudes políticas no me resulta tan excepcional o  escandalosa. Yo soy de aquella generación de sacerdotes y de obispos que  considera que, de todos modos, finalmente, y sobre todas estas  corrientes, contra-corrientes, amistades, vetos cruzados, está la  voluntad de Dios interpretada por el Santo Padre. Cuando el Santo Padre  te llama, puedes estar seguro de que es Dios quien te llama, y si te  llama a aquella realidad a la que te llama, es porque Dios considera que  es lo mejor para ti en aquel momento. Es con este estado de ánimo, muy  abandonado a la voluntad de Dios y muy alegre, que yo soy obispo de una  diócesis definida “de opereta” por alguno; pero creo haber llevado esta  diócesis a una presencia y una visibilidad en el contexto eclesial y  social italiano, y no sólo. 
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Por otra  parte, muchos nombramientos van a personas no siempre a la altura de las  responsabilidades a ellos confiadas, un problema grave hoy, cuando la  Iglesia debería dar el máximo en la propuesta cultural y pastoral.  Excelencia, ¿no cree que esto es un freno o un impedimento para la  misión de la Iglesia?
Pero aquí monseñor Negri no responde y cierra el diálogo. Me  mira profundamente con sus ojos claros y hace silencio. Es el día de  santa Lucía, la tarde está por ceder a la “noche más larga”. En  Domagnano descienden los primeros copos de nieve. En cambio más arriba,  en Rímini, todo se funde en agua. 
Solemne Pontifical en Roma, Cardenal Burke
 Bellas instantáneas del Solemne Pontifical celebrado el pasado domingo 26 (Domingo infraoctava de Navidad) por Su Eminencia Raymond Leo Cardenal Burke,  Prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, en la  parroquia de Santa María de Nazareth, regentada por los  Franciscanos de la Inmaculada en las afueras de Roma. Asistió  a la misma, desde el coro, el Ordinario de la diócesis de Porto-Santa  Rufina, monseñor Gino Reali.  
martes, 28 de diciembre de 2010
"Los enemigos de la Misa antigua tienen corazones envenenados"
Presentamos esta noticia sobre la  óptima aplicación de Summorum Pontificum y, más en general, de la visión  litúrgica de Benedicto XVI, en una diócesis de Benín, país que será  visitado por el Papa en noviembre del próximo año 
El obispo  Pascal N’Koué (51 años) de Natitingou, en Benín, ha celebrado la Misa  antigua desde octubre de 2003 en su diócesis. Así puede leerse en su  informe con ocasión del tercer aniversario del histórico Motu Proprio Summorum  Pontificum.
Mons.  N’Koué estudió en la Academia Diplomática Vaticana en Roma, a  principios de los años noventa. Finalmente, fue activo como secretario  de la Nunciatura en Panamá hasta su nombramiento como obispo diocesano.  La ciudad de Natitingou, de 76000 habitantes, está ubicada en Benín  noroccidental – no lejos de la frontera con Togo.
El Papa ha pedido a todos los obispos del  mundo que realizasen un informe acerca de la Liturgia antigua en todas  las diócesis. El autor del informe de la diócesis de Natitingou es el P.  Denis Le Pivain, originario de Francia. Pertenece a la Sociedad  Sacerdotal bi-ritual Totus Tuus. El informe fue publicado en el  semanario de la diócesis de Natitingou. 
Los enemigos de la Misa antigua tienen corazones envenenados
El informe explica que el antiguo Rito y la nueva Misa pueden  existir juntos pacíficamente, y enriquecer el uno al otro. Los conflictos son generados por corazones enfermos y  envenenados y por ideologías estrechas de mente. No  hubo ningún inconveniente con ocasión del Motu Proprio en la diócesis  de Natitingou.
El  antiguo Rito mueve a los fieles por sí mismo
El informe explica que la Misa  antigua es una oportunidad, especialmente para el clero joven de la  diócesis.
El rito  tradicional permite al sacerdote apreciar mejor el altar, el silencio  sagrado, el misterio, las señales de la Cruz y las genuflexiones. El  sacerdote también comprende mejor la celebración de cara a Dios, que el  celebrante y los fieles miran juntos a la Cruz.
La Misa antigua permite una mejor  comprensión de la nueva forma de celebrar la Eucaristía [Novus Ordo].  Muchos sacerdotes han comenzado a aprender la Misa antigua, sin ninguna  presión por parte del obispo.
Allí donde las rúbricas de la Misa son interiorizadas, la  Liturgia misma toca a los fieles con su belleza y profundidad. Entonces,  ya no es necesario luchar para alcanzar el sentido del misterio, de lo  santo, del culto, de la Majestad de Dios, o la participación activa en  la Liturgia.
El  antiguo Rito se corresponde con la mentalidad africana
El Canon Romano y los gestos  litúrgicos en el Rito antiguo son más cercanos a la religiosidad y al  sentir africanos – dice el informe.
“Es mi deseo que un día todos los sacerdotes sean capaces de  celebrar en ambas formas”, explica el obispo.      
Cita algunos ejemplos para el enriquecimiento del Novus Ordo. Por ejemplo, en Adiento y en Cuaresma, el sacerdote podría celebrar de cara al Señor. Esto vuelve la atención sobre el Misterio de la Cruz. El celebrante y el coro desaparecen ante la consideración de Dios. Mons. N’Koué explica que no está mandado en las rúbricas que desde el ofertorio se celebre de cara a los fieles.
Cita algunos ejemplos para el enriquecimiento del Novus Ordo. Por ejemplo, en Adiento y en Cuaresma, el sacerdote podría celebrar de cara al Señor. Esto vuelve la atención sobre el Misterio de la Cruz. El celebrante y el coro desaparecen ante la consideración de Dios. Mons. N’Koué explica que no está mandado en las rúbricas que desde el ofertorio se celebre de cara a los fieles.
También  desea más latín en la Misa, y querría evitar instrumentos y música  profanos. En su lugar, debería haber cantos gregorianos.
El obispo ha pedido a los sacerdotes  que usen el Canon Romano los domingos y los días festivos. Esto  facilitará su inculcación. Antes de dar la  Comunión, el celebrante debe hacer la señal de la Cruz con la sagrada  Hostia.
Fuente: La Buhardilla de Jerónimo 
"El Altar Católico" Por Monseñor Klaus Gamber (3)
EL ALTAR Y EL SANTUARIO AYER Y HOY 
"¡Cómo te contemplaba en tu santuario  viendo tu fuerza y tu gloria!" (Ps. 62,3). 
"Desde que me despierto, sólo tu mirada  me llena de alegría" (Ps. 16,15). 
       Estas palabras del salmista dicen bien lo que  era la participación interior de los fieles del Antiguo Testamento  entrando en el Templo de Jerusalem; en definitiva no son otra cosa que  la oración de Moisés pidiendo a Dios poder contemplar su faz (cf. Ex.  33,11‑23). Pero, así como Moisés  sólo vio a Yahweh por detrás; igualmente el israelita creyente no veía  más que el santuario de Dios; y si no pertenecía a la casta sacerdotal,  sólo su exterior. 
El visitante de la casa de Dios (Domus Dei)  cristiana, debía expresar el mismo deseo que el salmista, el de ver "la  gloria" de Dios y sentir su "poder", tal como aparece en el curso de la  misa, a través de los ritos y las representaciones. Contemplamos al  Señor oculto bajo las especies eucarísticas, pues en esta tierra no nos  está permitido admirar la faz de Dios sin morir (cf. Ex. 33,20). 
Orígenes nos recuerda que: "Es seguro que los  poderes angélicos toman parte en la asamblea de los fieles, y que la  virtud de nuestro Señor y Salvador está allí presente, así como los  espíritus de los santos" [2]. Y el poeta sirio BalaY declara: "A fin de  que sobre la tierra se pueda encontrar (al Señor), Él se ha construido  una casa entre los mortales y ha edificado altares... para que la  Iglesia obtenga la vida. Que nadie se equivoque: ¡es el Rey quien habita  aquí!, acerquémonos al Templo a contemplarlo! [3]. 
A fin de ver un poco el "poder y la gloria" de Dios y  para vivirla en la liturgia, los hombres en el transcurso de los  pasados siglos, han edificado iglesias y catedrales y las han dotado lo  mejor que podían. Han aceptado que sus templos, en cuanto morada de  Dios, sean suntuosos, aunque ellos mismos viviesen a menudo en la mayor  miseria. ¿Acaso no era su santuario? Por ello era su bien común. 
Jamás se habían construido tantas iglesias nuevas  como los años que siguieron a la segunda guerra mundial. La mayoría de  ellas son construcciones puramente utilitarias, en las que se ha  renunciado voluntariamente a hacer obra de arte; aunque frecuentemente  hayan costado millones. Desde el punto de vista técnico, no les falta de  nada: se benefician de una excelente acústica y de perfecta  ventilación; bien iluminadas y fácilmente calentables. Se puede ver el  altar desde todos los lados. 
Sin embargo, esas Iglesias no son casas de Dios en  sentido propio, no son un espacio sagrado, un templo del Señor donde se  guste ir para adorar a Dios y expresarle nuestras necesidades. Son salas  de reunión a donde no se va fuera de los momentos dedicados a los  oficios. Como hacen juego con los "silos de habitaciones" o los  "almacenes para humanos", cuales son los edificios de los barrios  periféricos; a estas iglesias, en el lenguaje popular, a veces, se les  llama "silos de almas" o "almacenes del pater noster". 
Otras iglesias han sido expresamente concebidas como  obras de arte; su modelo es la capilla de peregrinos de Ronchamp. El  célebre arquitecto Le Corbusier, que era agnóstico, consiguió una obra  maestra de la arquitectura. Pero no una Iglesia. Puede que sea un lugar  de oración que predisponga a la meditación, pero no más. 
Desde entonces, el modelo de la capilla de Ronchamp  fue imitado y la construcción de Iglesias se convirtió en un terreno de  experimentación, donde se desfogaba el subjetivismo de los arquitectos.  Esto se volvió cada vez más fácil cuando se impuso el principio según el  cual ya no existiría un "espacio sagrado" en oposición al "mundo  profano". 
Los nuevos edificios se convirtieron así en símbolos  de nuestros tiempos, e igualmente en el signo de la descomposición de  las normas existentes y en la imagen de todo lo que es caótico en el  universo contemporáneo. Ahora bien, un lugar dedicado al culto tiene sus  propias leyes, que no se someten ni a la moda ni a los cambios de los  tiempos. Como en el Templo de Jerusalem, Dios habita en él de forma  particular. Y aquí es donde se rinde culto a Dios. 
A esto hay que añadir igualmente lo siguiente: hoy,  las bases espirituales y teológicas fallan. La vida pública, en su mayor  parte, se ha secularizado. Las Iglesias cristianas no constituyen ya,  desgraciadamente, la fuerza principal de la sociedad occidental. Sin  embargo, los arquitectos construyen hoy como si nada hubiese cambiado,  mientras no falte el dinero. Los gigantescos centros parroquiales que se  edifican en los barrios periféricos darán la impresión que la iglesia  continua siendo el gran imán que atrae a los hombres. 
En el futuro esto llevará a la construcción de  edificios simples, relativamente limitados, que si no se distinguen en  nada por su aspecto exterior, presentarán en su interior un  acondicionamiento de buena calidad, enteramente orientados hacia su fin  cultural. De manera análoga, la basílica de la Iglesia primitiva apenas  se distinguía, en cuanto a construcción, del resto de los edificios de  la calle; sin embargo, por la suntuosidad de sus cortinas y lámparas, y  sobre todo por la rica ornamentación del altar y del santuario, el  interior constituía un marco digno del misterio que en ella tenía lugar.  
En las nuevas iglesias, la disposición del santuario  ha sido objeto de diferentes soluciones. Mientras que en las Iglesias  construidas entre las dos guerras, existían varios escalones para subir  al altar, que aparecía en una plataforma más elevada; hoy se le coloca  sobre un podium aislado (en alemán, "Altarinsel" o islote del altar)  dispuesto lo más cercano posible a los fieles. 
El centro de este podium está constituido por una  mesa de altar (mensa), generalmente de grandes dimensiones y desprovista  de toda ornamentación. Al lado se encuentra un ambón, de piedra como el  altar, y detrás tres sillas o más (acolchadas) para el celebrante y sus  asistentes. Por último, solo, en alguna parte del muro desnudo del  ábside, el sagrario. El crucifijo, hacia el cual se dirigían hasta ahora  las miradas de los que rezaban, falta casi siempre, o bien se encuentra  de tamaño pequeño, encima del altar. Este último lleva, al lado del  inevitable ramo de flores, algunos candeleros reunidos en manojo, o bien  si se trata de los de gran tamaño, se les coloca directamente en el  suelo alrededor del altar. 
Por el contrario las iglesias ortodoxas de Oriente  se construyen hoy de la misma manera que se hacía hace más de mil años, y  se las adorna con pinturas e iconos. Se trata aquí de un arte típico,  al que tanto el arquitecto, como el artista están ligados al "typos " o  modelo tradicional, sin que esto sea siempre uniforme. 
En Occidente también, según la tradición en común  con Oriente, era esencial que el santuario estuviera separado del  espacio reservado a los fieles, como antaño en Jerusalem el santuario  del resto de los edificios del Templo. El tan traído principio de  nuestros días, según el cual "el altar debe ser el centro ", es falso en  lo referente a su localización. 
El altar es el centro de la acción sagrada: sobre  él, en el curso de la celebración de la misa, reposa "el cordero  sacrificado " del Apocalpsis (5,6). Por eso Santa Hildebranda de Bingen  llama al altar "la mesa dispensadora de vida" y añade: "Cuando el  sacerdote ... se acerca al altar para celebrar los santos misterios, un  destello de luz aparece de pronto en el cielo. Los ángeles descienden,  la luz rodea el altar ... y los espíritus celestes se inclinan a la  vista del servicio divino " [4]. 
La separación estricta entre el santuario y la nave  apareció en la época en la que las muchedumbres empezaron a adherirse en  masa a la Iglesia; por consiguiente lo más tarde alrededor del año 300.  Entonces se edificaron barreras alrededor del coro y se colocaron  cortinas, una rodeando el baldaquino del altar, otra en la pérgola de  las barandillas del coro, pérgola que en las iglesias pequeñas, se  reducía a un simple travesaño de madera (cf. fig. 1). Todo esto porque  se pensaba que el misterio celebrado en el altar, debía ser preservado,  no exponiéndolo directamente a las miradas de los hombres. 
El iconostasio bizantino no es otra cosa que una  extensión de esta barreras del coro (cancelli) de la Iglesia primitiva.  El iconostasio tiene habitualmente tres puertas, como las cancelas  construidas en tiempos del emperador Justiniano (]'565) en la iglesia de  Santa Sofía de Constantinopla, dotada ya, como en general en los siglos  siguientes, de representaciones de Cristo o de María, ángeles, profetas  y apóstoles. El célebre icono de Cristo, en el monasterio del monte  Sinaí, data de la misma época; debe provenir, teniendo en cuenta sus  dimensiones ‑84 centímetros de alto‑, de uno de estos antiguos iconostasios.  Los iconos se colocaban, y se colocan todavía, parte entre las columnas  de la pérgola y parte encima de éstas como en el caso de la "deisis"  (Cristo entre María y Juan Bautista). 
En la iglesia de Occidente, las cortinas (vela), que  se utilizaban desde los orígenes en la ornamentación del altar y las  barreras del coro, no han cesado de ser utilizadas en las iglesias hasta  la época barroca, donde todo estaba organizado para la vista y la  claridad. Así encontramos en el sacramentario de Angulema (hacia el  800), al final de las fórmulas de consagración para una iglesia, la  siguiente rúbrica: "Después se recubren los altares (con los manteles) y  se cuelgan las cortinas del templo (vela templi)" [5]. Lo mismo, en el  rito de consagración de las iglesias del sacramentario de Drogón (siglo  IX) se habla de un "velum "suspendido entre la nave y el altar (ínter  aedem et apare) [5]. Pero lo que importa, es que volvamos a tener  respeto por el altar. 
Tanto en la Iglesia de Oriente como en la de  Occidente, existe la costumbre de que el sacerdote que se acerca al  altar se incline profundamente ante él; y en el libro del Exodo (29,37)  se lee a propósito del altar del tabernáculo: "todo lo que le toque será  santificado ". El mismo Jesús declara "¡Ciegos!, ¿que es más, la  ofrenda o el altar, que santifica la ofrenda?" (cf. Mt. 23,18), y que no  se debe depositar en el altar ninguna ofrenda sino después de haberse  reconciliado con el hermano (cf. Mt. 5,23). 
La ofrenda del sacrificio del Nuevo Testamento ha  hecho que el altar se convierta en el Trono de Dios. Por lo que San Juan  Crisóstomo advierte a sus lectores: "Piensa en el que va hacer su  entrada aquí. Tiembla de antemano. Porque aquel que sólo apercibe el  trono (¡vacío!) del Rey, se estremece en su corazón cuando espera la  llegada del Rey" [6]. 
En la Iglesia primitiva, y más tarde también, pendía  del baldaquino del altar, además de la lámpara circular, un recipiente  de oro y plata, generalmente en forma de paloma, donde se guardaba la  eucaristía (para la comunión de los enfermos). Para este fin, a menudo  se empleaba también un cofre que, como el Arca de la Alianza del Antiguo  Testamento (arca), estaba hecho de madera de acacia recubierta de pan  de oro o plata (cf. Ex. 37,1‑9). Se  conserva en Coire un bello ejemplar del siglo VIII. El copón dorado del  emperador Arnoul, antiguamente en San Emmeran de Ratisbona y actualmente  en Munich, data del siglo IX. Con sus cuatro columnitas se asemeja  mucho al "artophorión " (tabernáculo) que hoy se encuentra sobre el  altar de las iglesias bizantinas. 
Estos receptáculos estaban siempre colocados sobre  el altar o en un nicho colocado en su parte posterior. El tabernáculo  metálico de la época moderna salió de aquí. En el siglo XIII, Guillaume  Durand en su "Rational " o "Manual para los divinos oficios", habla de  la instalación de un arca (tabernáculo) encima del altar, dentro del  cual "se depositan conjuntamente el cuerpo del Señor y las reliquias de  los santos" [7]. Por el contrario la conservación del pan eucarístico en  un tabernáculo, situado en la pared izquierda del coro, es más reciente  y era habitual sobre todo en la época gótica. La conservación sobre el  altar es en todo caso muy atinada. Nada se puede objetar a la  conservación de la santa eucaristía en otro lugar de la iglesia, con tal  de que sea digno. 
En el ábside, donde se encontraba el trono del  obispo y las sedes de los sacerdotes, en su parte superior no se  representó hasta el siglo V ‑como  atestigua Nil d'Ancyre (t430) [8]‑  nada más que la cruz o bien ‑como  todavía se puede ver en algún mosaico romano además de la cruz, Cristo  enseñante rodeado de los Apóstoles; después, más tarde, hasta la época  gótica, en casi todo el Occidente, Cristo, sentado en su trono, dentro  de una mandona, sobre el arco iris, rodeado de los cuatro animales del  Apocalipsis (4,8) y de ángeles; en la parte inferior, la Madre de Dios,  los Apóstoles y otros santos, representando la asamblea celestial. 
Durante la celebración de la Eucaristía, los fieles  al contemplar la imagen de Cristo sobre su trono del cielo, lo sentían  así igualmente entre ellos. No basta con recordar las palabras del  Señor: "Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en  medio de ellos " (Mt. 18,20); es necesario expresarlo de manera  sensible, precisamente por la imagen. 
Un muro de ábside totalmente desnudo, como se  encuentra en muchas iglesias modernas, era en otro tiempo algo  inconcebible. Cuando se terminaba una nueva construcción, precisamente  este muro era lo primero que se decoraba con mosaicos o pinturas, y sólo  después se hacía con los otros muros. Recuérdense aquí los magníficos  mosaicos de la basílica de Ravena y los de las catedrales de Venecia,  Torcello y Parenzo. Mientras que las pinturas del ábside tenían ante  todo un carácter cultual, pues evocaban la presencia del Señor, sentado  en su trono, dominando la asamblea; las pinturas de la nave, con sus  escenas extraídas del Antiguo y Nuevo Testamento tenían como primer  efecto según el pensamiento occidental, un fin didáctico. Estaban  destinadas a enseñar a los fieles las realidades divinas. 
Por el contrario el Oriente bizantino ve ante todo  en estas representaciones una actualización de los misterios de la  salvación; lo mismo que los numerosos retratos de Santos, a lo largo de  los pilares y de los muros laterales, simbolizan la presencia de la  asamblea celeste o el hecho de unirse a ellos (cf. Heb. 12,22). 
Por esto el interior de la iglesia ortodoxa se  convierte en el lugar, donde se juntan el pasado, el presente y el  futuro; donde la eternidad ‑(el  "hodie", el "hoy", palabra por la que comienzan numerosos cantos  solemnes)‑ aparece; donde el cielo y  la tierra se unen. 
En las iglesias de Occidente, ya lo hemos visto, la  mirada de los participantes se dirigía hacia la representación del Hijo  de Dios transfigurado, así como hacia la cruz, signo de nuestra  salvación. La cruz se consideraba sobre todo signo de victoria, el signo  del Hijo del Hombre, regresando al fin de los tiempos (Mt. 24,30) y,  por esto se la adornaba con oro y piedras preciosas. Se colocaba tras el  altar; y, hasta la época romana, no llevaba el cuerpo de Cristo. 
Sólo más tarde se impuso la costumbre de pintar en  la Cruz la imagen del Crucificado o de fijarla en forma de  representación sobre esmalte; pero aún entonces no como un Cristo de  dolor o muriendo entre atroces sufrimientos, sino como el que ha vencido  a la muerte o como sumo sacerdote. La representación plástica de un  cuerpo martirizado, tal como ha llegado a ser habitual en Occidente, por  principio se rechaza en Oriente, porque se piensa que resalta demasiado  el aspecto físico o humano. 
Como, según la concepción tradicional, la  representación en el ábside del Hijo de Dios en gloria y la cruz sobre o  encima del altar son elementos esenciales de la decoración del  santuario, jamás se puso en duda que la mirada del sacerdote celebrante  debía dirigirse, durante la ofrenda del sacrificio, hacia el Oriente,  hacia la cruz y la representación de Cristo transfigurado, y no hacia  los fieles que asistían a la celebración, como actualmente es el caso en  la celebración versus populum (cara al pueblo). 
Sin embargo, pocas iglesias modernas tienen tal  punto de referencia; parece que en general los artistas modernos temen  introducir obras plásticas en las iglesias. Esto se debe a los  conflictos interiores que desgarran al hombre moderno y que le impiden  crear un arte sacro. En definitiva lo que falta es la tradición que, en  las iglesias de Oriente, no ha cesado de impregnar hasta nuestros días  el desarrollo del culto, la arquitectura de las iglesias y el arte  litúrgico. 
En la ortodoxia, el artista tiene por misión  principal, representar el misterio de la salvación, tal como se describe  en las Sagradas Escrituras y ha sido trasmitido por la Tradición,  delimitación que le preserva de las arbitrariedades, con frecuencia  tremendas, que podemos encontrar en el arte sacro contemporáneo, sin que  por ello le limiten demasiado en su realización artística. 
Mientras que en Occidente (al contrario de lo que ha  ocurrido en Oriente), la disposición del santuario y de los altares ha  sufrido en diversas ocasiones cambios a lo largo de los siglos, (al fin  de la época románica, y sobre todo en la época gótica, se dotó a los  altares de retablos, lo que finalmente trajo la aparición de los altares  barrocos, tan típicos por su altura), no se puede negar que en nuestros  días se ha producido en este aspecto un nuevo cambio, de orden  fundamental, después del concilio Vaticano II. 
Así, después del concilio, en muchos lugares, se ha  suprimido el reclinatorio de la comunión, que quedaba de la antigua  clausura del coro; y se ha colocado, delante del altar mayor, otro altar  destinado a la celebración, cara al pueblo. ¡Y por todas partes  micrófonos!, micrófonos en el altar, micrófonos en los sitiales,  micrófonos en el ambón. En cuanto al antiguo púlpito, ya no se utiliza  más. 
Se ha procedido a esta nueva disposición del  santuario con una unanimidad extraordinaria en casi todo el mundo.  Mientras que en las antiguas iglesias el (nuevo) altar cara al pueblo,  los sitiales y el ambón se han concebido como objetos movibles, pudiendo  en todo momento ser trasladados; en los edificios renovados o de nueva  construcción esta disposición es definitiva en función de esta nueva  organización que se cree "moderna". 
Se conserva la eucaristía en un tabernáculo mural  (en medio de la pared del fondo o en la pared lateral izquierda). El  nuevo altar cara al pueblo suele ser de piedra, su disposición muchas  veces sólo permite la celebración versus populum, los sitiales son  también de piedra así como el ambón; todo con una apariencia de mole y  de un estilo con frecuencia dudoso y, en todo caso, sin ninguna relación  con la tradición. 
Ahora bien, indagando en los siglos pasados  tendríamos verdaderamente bastantes modelos capaces de aportarnos ideas  para esta organización, en particular del altar. 
E. A. Lengeling ha expuesto las "Tendencias de la  construcción de iglesias católicas en Alemania según las decisiones del  concilio Vaticano II" (Tendenzen des deutschen Katholischen kirchenbaus  aufgrund der Beschlüsse des II. hatikanischen Konzils) en un artículo  aparecido bajo este título en el Litusgisches Jahrbuch de 1967. Las  tendencias que allí se exponían han sido entre tanto impuestas de forma  casi unánime. Pero no se ha tratado seriamente de fundamentar  históricamente esta nueva disposición, salvo el estudio de Otto  Nussbaum, del cual hablaremos más adelante. 
Para terminar, una palabra más sobre las  celebraciones eucarísticas de masas al aire libre. En estas  manifestaciones muchos sienten una verdadera pesadilla, sobre todo en lo  relativo a la forma en que se distribuye la comunión a la gente. 
No lo olvidemos; es verdad que Jesucristo predica a  grandes multitudes, que a menudo alcanzaban miles de personas (cf. Mt.  14,21); sin embargo no instituyó la Santa Eucaristía en presencia de  masas humanas sino en el círculo restringido de sus apóstoles. 
Fue parecer de toda la cristiandad, que la misa, ese  sacrificio que une el cielo y la tierra, no podía celebrarse sino en  locales sagrados preparados al efecto. Se recordará que el cordero  pascual judío también sólo podía ser consumido bajo techo y no al aire  libre (cf. Ex. 12,46). 
Es necesario pensar además en el hecho de que la  preparación y la consagración de las hostias necesarias para la comunión  de varios miles y a menudo hasta un millón de personas, ocasiona  enormes dificultades. 
Parece que, por razones de principio, no se quiera  renunciar a una participación de los fieles en la comunión ‑aunque esto hubiera sido la solución más  simple‑ porque, partiendo del  carácter de cena propio de la misa, se piensa, sin razón, que la  recepción de la Comunión es necesaria para poder participar en cualquier  misa. 
Pero lo que es del todo incomprensible que se  celebren misas al aire libre, cuando se dispone de iglesias amplias. Va  en contra de una tradición de la iglesia de casi 2.000 años y además en  contra de la misma naturaleza de la santa misa, que ha sido siempre  considerada como un sacrificio y la realización de un misterio. Para  celebrar el "misterio de la Fe", deberíamos resguardarnos en los muros  de nuestras iglesias, protectores del misterio. La santidad del lugar  incitará a tomar la buena actitud, cara a lo sagrado, que sólo se  desvela a aquél que se acerca con respeto. 
Cardenal Burke y la renovación de la Iglesia
Su Eminencia Rvdma. Cardenal Raymond Leo Burke, con la Comunidad de Franciscanos de la Inmaculada de Roma, el pasado domingo 26, tras la celebración de la Sagrada Misa Tradicional. La Renovación de la Iglesia suscitada por el Espíritu Santo, Fe y Tradición, la plenitud del mensaje evángelico.
lunes, 27 de diciembre de 2010
Misa en Santa María de Nazareth, Roma, Cardenal Burke
Su Eminencia Rvdma. Cardenal Raymond Leo Burke, saliendo en capa magna de la Parroquia de Santa María de Nazareth de Roma, en el día de ayer, tras celebrar la Santa Misa en Rito extraordinario.
"El Altar Católico" Por Monseñor Klaus Gamber (2)
PROLOGO 
La edificación de las iglesias y la oración hacia  el Oriente 
"Tenemos un altar, del que no pueden  comer los que sirven en el tabernáculo" (Heb. 13,10). 
El altar se refiere siempre a un sacrificio ofrecido  por un sacerdote. Altar, sacerdote y sacrificio van al unísono, como lo  decía San Juan Crisóstomo: "Nadie puede ser sacerdote sin sacrificio"  [1]. Como los protestantes rechazan expresamente el sacrificio de la  misa y el sacerdocio del presbítero, no tienen tampoco necesidad  propiamente hablando de altar. 
En todas las religiones antiguas, el sacerdote, como  sacrificador, escogido entre los hombres (Cf. Hebr. 5,1), se sitúa  delante del altar y delante del santuario (que es la representación de  Dios). De igual forma, los que asisten a la celebración del sacrificio,  se acercan al altar, a fin de estar en comunión con éste, por mano del  sacerdote sacrificador, como escribió San Pablo: "¿Los que  comen de las víctimas no están en comunión con el altar?"  (1 Cor. 10,8). 
En el transcurso de estos últimos veinte años, se ha  operado un cambio en nuestra concepción del sacrificio. Personalmente,  creo que la introducción de altares cara al pueblo y la celebración  orientada hacia éste, es mucho más grave y engendradora de problemas  para la evolución futura, que el nuevo misal. Porque en la base de esta  nueva colocación del sacerdote con respecto al altar ‑(y sin duda alguna, se trata aquí de una innovación,  no de un retorno a una costumbre de la Iglesia primitiva)‑ hay una nueva concepción de la misa, que  hace de ella una "comunidad del banquete eucarístico". 
Todo lo que primaba hasta ahora, la veneración  cultual y la adoración a Dios, así como el carácter sacrificial de la  celebración, considerada como representación mística y actualización de  la muerte y resurrección del Señor, pasa a segundo plano. Lo mismo la  relación entre el sacrificio de Cristo y nuestro sacrificio de pan y  vino apenas aparece. En nuestro opúsculo "Das opfer der Kirche " (El  sacrificio de la Iglesia) trató en detalle esta cuestión. 
No soy de los que piensan que las formas del altar,  tal como se habían constituido en el curso de los últimos siglos, y se  habían conservado hasta el Concilio Vaticano II, no se puedan modificar.  Al contrario, me gustaría que se volviese a formas simples, tal como  las que habitualmente estaban en uso en el primer milenio, tanto en la  Iglesia de Oriente, como en la de Occidente (y aún hoy día en Oriente),  formas que ponían muy en relieve el carácter del altar cristiano, lugar  del sacrificio del Nuevo Testamento. 
La necesidad de exponer en detalle, pero de forma  comprensible para todos, el problema que plantean los modernos altares  cara al pueblo, así como el celebrante vuelto a la asamblea, me surgió  leyendo las numerosas cartas de los lectores publicadas el pasado año,  durante muchos meses, en el Deutsche Tagespost. Estas cartas prueban que  en lo que concierne a la evolución histórica del altar, muchas cosas  quedan confusas; y que muchos errores, sobre todo referentes a los  primeros tiempos de la Iglesia, parecen que se han anclado en el  espíritu de las gentes. Por todo esto he decidido con toda intención  tener en cuenta las preguntas propuestas por los lectores en sus cartas.  
Klaus Gamber - Pentecostés 1987 
Misa del Domingo de la infraoctava de Navidad en Toledo
Misa del Domingo de la infraoctava en la Iglesia del Divino Salvador de Toledo, nuevamente observamos la belleza y dignidad de la liturgia y de los ornamentos sagrados. 
Misa del día de Navidad en Toledo.
Misa del día de Navidad en la Iglesia del Divino Salvador de Toledo, belleza del altar católico y de los ornamentos.
domingo, 26 de diciembre de 2010
"Nada es demasiado bello para Dios"
Según informa Secretum  meum mihi, monseñor Guido Marini, maestro de las  celebraciones litúrgicas del Papa ha concedido  recientemente una interesante entrevista al diario italiano Avvenire. En un momento de la misma  el entrevistador comenta a monseñor Marini que el  actual Papa viste en algunas ocasiones ornamentos litúrgicos que llaman  la atención por su solemnidad o riqueza. Esta ha sido la sabia respuesta  del experto liturgista: 
“A decir verdad la curiosidad sería si el Santo Padre, y  análogamente cualquier otro celebrante, debiera usar ornamentos  litúrgicos descuidados y banales. En la liturgia todo debe dar forma a  la belleza simple y noble que es capaz de recordar la belleza del  misterio de Dios. Vale la pena recordar lo que el Santo Padre tenía que  decir durante el viaje apostólico en Francia, en la catedral de Notre  Dame, “la belleza de los ritos nunca será lo suficientemente esmerada,  lo suficientemente cuidada, elaborada, por que nada es demasiado bello  para Dios, que es la Hermosura infinita”.
sábado, 25 de diciembre de 2010
Comunión en la boca y no en la mano en Roma
¡Magnífica noticia!, en la Misa del Gallo de San Pedro sólo se distribuyó la Sagrada Comunión en la boca, no sólo por parte del Santo Padre, sino también por todos los sacerdotes distribuidos por la Basílica. Es un primer paso para ir aboliendo la nefasta e impía comunión en la mano.
viernes, 24 de diciembre de 2010
¡Feliz y Santa Natividad de nuestro Redentor!
Os deseamos Feliz y Santa Navidad. Que esta noche sea redentora para todos los que creemos a aquel que es la Palabra Eterna de Dios, centro de nuestras vidas. Él os bendiga.  
El cardenal Burke critica a los «falsos católicos» que tergiversan a Benedicto XVI
Mons. Raymond Leo Burke, prefecto de la Signatura  apostólica, ha manifestado al diario «Il Foglio» su satisfacción por la  nota de la Congregación para la Doctrina de la Fe que aclara que las  palabras del Papa en su reciente libro-entrevista no modifican la  doctrina católica sobre la sexualidad. El cardenal critica a los  católicos que «se llaman así pero que después traicionan la doctrina», y  asegura que «sin esta aclaración las palabras del Papa podían ser  utilizadas por estos grupos según su propio antojo». 
Dice a “Il Foglio” el cardenal estadounidense Raymond Leo Burke,  prefecto del Tribunal supremo de la Signatura apostólica: “El tema se  había puesto caliente en los Estados Unidos. Demasiados habían  interpretado mal las palabras del Papa. Pocos habían explicado que para  Ratzinger la doctrina de la Iglesia sobre la sexualidad no cambiaba. Y  así el ex Santo Oficio ha llevado a cabo una acción de apoyo que ha  tenido el efecto de aplacar polémicas y espíritus caldeados”.
Cuando anda en danza la defensa de la doctrina, Burke está en primera  línea. Fue él quien en 2004, cuando era obispo de La Crosse, en  Wisconsin, pidió a tres católicos destacados en la escena pública evitar
acerarse a comulgar, a causa de su posición sobre el aborto. Fue él quien, hace más o menos un año, “golpeó” al cardenal Sean Patrick O’Malley, arzobispo de Boston, como “reo” de haber participado en los funerales de Ted Kennedy: “Durante su vida no siguió la enseñanza de la Iglesia sobre el tema del aborto”, dijo Burke.
acerarse a comulgar, a causa de su posición sobre el aborto. Fue él quien, hace más o menos un año, “golpeó” al cardenal Sean Patrick O’Malley, arzobispo de Boston, como “reo” de haber participado en los funerales de Ted Kennedy: “Durante su vida no siguió la enseñanza de la Iglesia sobre el tema del aborto”, dijo Burke.
Todavía hoy Burke saca las uñas contra aquellos católicos que “se  llaman así pero que después traicionan la doctrina”. —¿En quién piensa?  “Pienso, en los Estados Unidos, en los “Catholics for choice”, un lobby  que gracias al apoyo de los medios crea desconcierto entre los fieles.  Empujan a la Iglesia hacia reformas imposibles y confunden a los  sencillos. Es absurdo que católicos se puedan definir pro aborto. Yo les  digo: No sois católicos. Por esta razón, la nota vaticana de  hace dos días es importante. Porque sin esta aclaración las palabras del  Papa podían ser utilizadas por estos grupos según su propio antojo”.
Para Burke un caso paradigmático es el del hospital de Saint Joseph  de Phoenix en Arizona. Allí, hace un año,  con el consenso de sor  Margaret McBride, una de las administradoras del hospital nombradas por  la Iglesia, se hizo abortar a una mujer que según los médicos estaba en  riesgo, en caso de no hacerlo, de morir. El obispo de Phoenix ha  excomulgado a McBride y, hace pocos días, precisamente a causa de aquel  aborto ha retirado el patronazgo de la Iglesia católica a la clínica.
Dice Burke: “El caso es emblemático y es citado a modo de ejemplo.  Porque, de otro modo, cualquiera puede llamarse católico y, a la vez,  omitir las enseñanzas que la Iglesia propone. Ciertamente, permanecer  fieles a la propia identidad resulta difícil. Sabemos, por ejemplo, que  muchas religiosas se han decantado abiertamente a favor de la reforma  sanitaria de Obama. Es un problema, aunque la visita que sor Clare  Millea está haciendo por encargo del Vaticano a las religiosas  americanas está obteniendo resultados”.
Hace un mes, los obispos americanos dieron otro aviso. Eligieron al  frente de la conferencia episcopal a Timothy Dolan, arzobispo de New  York, lo que para muchos fue una elección contra la línea Obama y los  católicos de estilo liberal. Dice Burke: “La elección de Dolan es  importante. Los obispos esperan de él acciones fuertes y decididas. Pero  ya hoy muchos católicos que votaron por Obama han comprendido que se  equivocaron”.
Entrevista al Cardenal Cañizares, Prefecto de la Sagrada Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos
Traigo hasta aquí  la traducción, que el Blog  La Buhardilla de Jerónimo ha realizado, de   una extraordinaria entrevista que Andrea Tornielli ha realizado al  Cardenal Antonio Cañizares, Prefecto de la Congregación para el Culto  Divino y la Disciplina de los Sacramentos. 
***
La liturgia católica vive “una cierta crisis” y Benedicto XVI  quiere dar vida a un nuevo movimiento litúrgico, que vuelva a traer más  sacralidad y silencio en la Misa, y más atención a la belleza en el  canto, en la música y en el arte sacro.
El cardenal Antonio Cañizares Llovera, 65 años, Prefecto de la  Congregación para el Culto Divino, que cuando era obispo en España era  llamado “el pequeño Ratzinger”, es el hombre al cual el Papa ha confiado  esta tarea. En esta entrevista a Il Giornale, el “ministro” de la  liturgia de Benedicto XVI revela y explica programas y proyectos.
*
Como cardenal, Joseph Ratzinger había  lamentado un cierto apresuramiento en la reforma litúrgica  post-conciliar. ¿Cuál es su opinión?
La reforma litúrgica ha sido realizada con mucha prisa. Había  óptimas intenciones y el deseo de aplicar el Vaticano II. Pero ha habido  precipitación. No se ha dado tiempo y espacio suficiente para acoger e  interiorizar las enseñanzas del Concilio; de golpe se cambió el modo de  celebrar.
Recuerdo  bien la mentalidad entonces difundida: era necesario cambiar, crear algo  nuevo. Aquello que habíamos recibido, la tradición, era vista como un  obstáculo. La reforma fue entendida como obra humana, muchos pensaban  que la Iglesia era obra de nuestras manos y no de Dios. La renovación  litúrgica fue vista como una investigación de laboratorio, fruto de la  imaginación y de la creatividad, la palabra de mágica de entonces.
*
Como cardenal, Ratzinger había auspiciado una “reforma de la  reforma” litúrgica, palabras actualmente impronunciables incluso en el  Vaticano. Sin embargo, parece evidente que Benedicto XVI la desearía.  ¿Puede hablar de ella?
No sé si se  puede, o si conviene, hablar de “reforma de la reforma”. Lo que veo  absolutamente necesario y urgente, según lo que desea el Papa, es dar  vida a un nuevo, claro y vigoroso movimiento litúrgico en toda la  Iglesia. Porque, como explica Benedicto XVI en el primer volumen de su Opera  Omnia, en la relación con la liturgia se decide el destino de la fe  y de la Iglesia. Cristo está presente en la Iglesia a través de los  sacramentos. Dios es el sujeto de la liturgia, no nosotros. La liturgia  no es una acción del hombre sino que es acción de Dios.
*
El Papa, más que con las decisiones bajadas de lo alto, habla  con el ejemplo: ¿cómo leer los cambios por él introducidos en las  celebraciones papales?
Ante todo, no debe haber ninguna duda sobre la bondad de la  renovación litúrgica conciliar, que ha traído grandes beneficios en la  vida de la Iglesia, como la participación más consciente y activa de los  fieles y la presencia enriquecida de la Sagrada Escritura. Pero más  allá de estos y otros beneficios, no han faltado sombras, surgidas en  los años sucesivos al Vaticano II: la liturgia, esto es un hecho, ha  sido “herida” por deformaciones arbitrarias, provocadas también por la  secularización que por desgracia golpea también dentro de la Iglesia. En  consecuencia, en muchas celebraciones no se pone ya en el centro a Dios  sino al hombre y su protagonismo, su acción creativa, el rol principal  dado a la asamblea. La renovación conciliar ha sido entendida como una  ruptura y no como un desarrollo orgánico de la tradición. Debemos  reavivar el espíritu de la liturgia y para esto son significativos los  gestos introducidos en las liturgias del Papa: la orientación de la  acción litúrgica, la cruz en el centro del altar, la comunión de  rodillas, el canto gregoriano, el espacio para el silencio, la belleza  en el arte sagrado. Es también necesario y urgente promover la adoración  eucarística: frente a la presencia real del Señor no se puede más que  estar en adoración.
*
Cuando se habla de una  recuperación de la dimensión de lo sagrado está siempre quien presenta  todo esto como un simple retorno al pasado, fruto de nostalgia. ¿Cómo  responde?
La  pérdida del sentido de lo sagrado, del Misterio, de Dios, es una de las  pérdidas más graves de consecuencias para un verdadero humanismo. Quien  piensa que reavivar, recuperar y reforzar el espíritu de la liturgia, y  la verdad de la celebración, es un simple retorno a un pasado superado,  ignora la verdad de las cosas. Poner la liturgia en el centro de la vida  de la Iglesia no es para nada nostálgico sino que, por el contrario, es  la garantía de estar en camino hacia el futuro. 
*
¿Cómo juzga el estado de la liturgia católica en el mundo?
Frente al riesgo de la rutina, frente a  algunas confusiones, a la pobreza y a la banalidad del canto y de la  música sagrada, se puede decir que hay una cierta crisis. Por eso es  urgente un nuevo movimiento litúrgico. Benedicto XVI, indicando el  ejemplo de San Francisco de Asís, muy devoto del Santísimo Sacramento,  explicó que el verdadero reformador es alguien que obedece a la fe: no  se mueve de modo arbitrario y no se arroga ninguna discrecionalidad  sobre el rito. No es el dueño sino el custodio del tesoro instituido por  el Señor y confiado a nosotros. El Papa, por lo tanto, pide a nuestra  Congregación promover una renovación conforme al Vaticano II, en  sintonía con la tradición litúrgica de la Iglesia, sin olvidar la norma  conciliar que prescribe no introducir innovaciones sino cuando lo  requiere una verdadera y comprobada utilidad para la Iglesia, con la  advertencia de que las nuevas formas, en todo caso, deben surgir  orgánicamente de las ya existentes. 
*
¿Qué  intentáis hacer como Congregación?
Debemos considerar la renovación  litúrgica según la hermenéutica de la continuidad en la reforma indicada  por Benedicto XVI para leer el Concilio. Y para hacer esto es necesario  superar la tendencia a “congelar” el estado actual de la reforma  post-conciliar, en un modo que no hace justicia al desarrollo orgánico  de la liturgia de la Iglesia.
Estamos intentando llevar adelante un gran empeño en la  formación de sacerdotes, seminaristas, consagrados y fieles laicos para  favorecer la comprensión del verdadero significado de las celebraciones  de la Iglesia. Esto requiere una adecuada y amplia instrucción,  vigilancia y fidelidad en los ritos y una auténtica educación para  vivirlos plenamente. Este empeño será acompañado por la revisión y por  la actualización de los textos introductorios a las diversas  celebraciones (prenotanda). Somos también conscientes de que dar impulso  a este movimiento no será posible sin una renovación de la pastoral de  la iniciación cristiana.
*
Una perspectiva que debería ser  aplicada también al arte y a la música…
El nuevo movimiento litúrgico deberá hacer descubrir la  belleza de la liturgia. Por eso, abriremos una nueva sección de nuestra  Congregación dedicada a “Arte y música sacra” al servicio de la  liturgia. Esto nos llevará a ofrecer cuanto antes criterios y  orientaciones para el arte, el canto y la música sacras. Como también  pensamos ofrecer lo antes posible criterios y orientaciones para la  predicación.
*
En las iglesias desaparecen los  reclinatorios, la Misa a veces es todavía un espacio abierto a la  creatividad, se cortan incluso las partes más sagradas del canon: ¿cómo  invertir esta tendencia? 
La  vigilancia de la Iglesia es fundamental y no debe ser considerada como  algo inquisitorio o represivo sino como un servicio. En todo caso,  debemos hacer a todos conscientes de la exigencia no sólo de los  derechos de los fieles sino también del “derecho de Dios”.
*
Existe también el riesgo opuesto, es decir, el de creer que la  sacralidad de la liturgia depende de la riqueza de los ornamentos: una  posición fruto de esteticismo que parece ignorar el corazón de la  liturgia…
La belleza es fundamental pero es  algo muy distinto de un esteticismo vacío, formalista y estéril, en el  cual a veces se cae. Existe el riesgo de creer que la belleza y la  sacralizad de la liturgia dependen de la riqueza o de la antigüedad de  los ornamentos. Se requiere una buena formación y una buena catequesis  basada en el Catecismo de la Iglesia Católica, evitando también el  riesgo opuesto, el de la banalización, y actuando con decisión y energía  cuando se recurre a usanzas que han tenido su sentido en el pasado pero  actualmente no lo tienen o no ayudan de ningún modo a la verdad de la  celebración.
*
¿Puede dar alguna indicación concreta  sobre qué podría cambiar en la liturgia?
Más que pensar en cambios, debemos comprometernos en reavivar y  promover un nuevo movimiento litúrgico, siguiendo la enseñanza de  Benedicto XVI, y reavivar el sentido de lo sagrado y del Misterio,  poniendo a Dios en el centro de todo. Debemos dar impulso a la adoración  eucarística, renovar y mejorar el canto litúrgico, cultivar el  silencio, dar más espacio a la meditación. De esto surgirán los cambios…
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