jueves, 6 de octubre de 2011

Las Razones del Latín


LA UNIVERSALIDAD
 
La Iglesia Católica es universal, no sólo porque se encuentra extendida por toda la tierra, sino también porque la revelación divina por ella custodiada es idéntica para todos los hombres. Todos los católicos dignos de este nombre profesan una misma fe, creen en la misma verdad, obedecen a los mismos pastores.
Es del todo lógico, entonces, que la unidad de la fe se refleje en la unidad de la oración, por lo menos de aquella oración oficial que los católicos realizan de forma comunitaria y pública, es decir la Liturgia ( Santa Misa, Oficio Divino o Breviario, Sacramentos).
Para la mayor parte de las personas, de hecho, la liturgia es escuela de fe, es el momento en el cual se aprenden y se ponen en práctica las nociones relativas a las principales verdades religiosas: de ahí el antiguo proverbio legem credendi lex statuat supplicandi ( la ley de la oración determine la ley de la fe).Por ejemplo, adorando con actos exteriores (genuflexiones, oraciones, etc.) la santa Eucaristía en la Misa, se comprende más en profundidad y se manifiesta de forma pública la fe interior en la Presencia real de nuestro Señor en el Sacramento del Altar. La liturgia, en pocas palabras, es signo visible del vínculo de unidad que liga a todos los miembros de la Iglesia. Ahora bien, ¿tales vínculos pueden forzosamente prescindir de la lengua y contentarse solamente con el contenido de los textos y del aparato de las ceremonias? La respuesta es negativa.
Lejos de constituir un simple medio con el cual expresar los conceptos (como una prenda de vestir que se pueden cambiar a voluntad, mientras que el cuerpo sigue siendo el mismo) la lengua constituye, para el hablante, una verdadera y propia forma mentis.
Para demostrarlo, basta la experiencia: cuando viajamos al extranjero, también si conocemos la lengua del país, nos sentimos perdidos, incómodos, como si se tratara de algo que no nos pertenece; mientras que en el mismo contexto, encontramos a alguien que habla nuestra lengua, la sensación es la de encontrarnos de repente en casa.
He aquí la ventaja de tener una lengua común para los ritos: la de realizar la unidad en la facultad propia de los seres racionales y que caracteriza de modo directo e intuitivo su psicología: la expresión lingüística.
Cuando el latín era la lengua común de la liturgia, el católico que entraba en la Iglesia se sentía automáticamente en su propia casa, tanto en el extranjero como en su país de origen.
Esta unidad de lenguaje y, seamos realistas, de sensación, de impresión, no era más que un reflejo de otra unidad, mucho más profunda, la de la fe.
No es de extrañar, entonces, que todas las tentativas de herejía hayan tenido, entre sus demandas, la de la liturgia en la lengua nacional; se quería hacer de la fe algo subjetivo, personal, local; y también la expresión exterior y pública de la fe debía ir en la misma dirección.

LA UNIVOCIDAD

A menudo se dice que el latín es una lengua muerta. No es verdad. El latín es una lengua viva y robusta, porque hay quien la habla (en la liturgia, en la enseñanza de ciertos seminarios) y quien la escribe (pensemos sobre todo en los documentos oficiales de la Iglesia)
No es sin embargo una lengua de uso corriente, ni una lengua que se use en las conversaciones cotidianas. Pero, visto bien, para la liturgia esto constituye una indudable ventaja.
La fe, de hecho, es expresión de la verdad imperecedera, que no cambia con el paso del tiempo y con la evolución de la historia, porque emana de Dios, en el cual, como dice Santiago en su epístola (1, 17), no se da mudanza ni sombra de alteración.
No hay necesidad de ser un experto en lingüística para darse cuenta de cómo el lenguaje corriente está sometido a numerosas y continuas variaciones de significado.
Basta pensar en la palabra “salute”, que en el italiano de un tiempo significaba genéricamente “salvación” (del cuerpo, pues, pero sobre todo del alma= lat. Salus), mientras que hoy indica solamente la sanidad física. Otras veces las palabras del lenguaje corriente asumen para algunos un matiz particular, sobre la base de la vivencia personal, de la asociación espontánea de ideas, de la excesiva familiaridad de los conceptos.
Se comprende, por lo tanto, que la lengua de uso corriente, por su excesiva variabilidad objetiva y subjetiva, no es la más adecuada para expresar los contenidos de la liturgia, que son contenidos eternos, inmutables, como eterno e inmutable es el objeto a quien se dirigen, que es Dios.
El latín, habiendo salido del uso cotidiano hace más de un milenio, proporciona sin embargo los requisitos necesarios, porque su léxico, sus fórmulas, su modo de expresión han cristalizado en formas bien precisas, de significado unívoco, que no pueden ser de ningún modo tergiversados o alterados por la percepción subjetiva.
 
Por Daniele Di Sorco. 

Traducción: Santa María Reina

No hay comentarios:

Publicar un comentario