CIUDAD DEL VATICANO, martes 31 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la Carta que el Papa Benedicto XVI ha dirigido al Pontificio Instituto de Música Sacra, con motivo del centenario de su fundación, y que ha sido hecha pública hoy por la Santa Sede.
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Al venerado Hermano
cardenal Zenon Grocholewski
Gran Canciller del Pontificio Instituto de Música Sacra
cardenal Zenon Grocholewski
Gran Canciller del Pontificio Instituto de Música Sacra
Han transcurrido cien años desde cuando mi santo predecesor Pío X fundó la Escuela Superior de Música Sacra, elevada a Pontificio Instituto tras veinte años por el Papa Pío XI. Esta importante efeméride es motivo de alegría para todos los cultivadores de la música sacra, pero más en general para cuantos, a partir naturalmente de los Pastores de la Iglesia, dan peso a la importancia de la Liturgia, de la que el canto sacro es parte integrante (cfr Conc. Ecum. Vat II, Const. Sacrosanctum Concilium, 112). Estoy por tanto particularmente contento de expresar mis verdaderas felicitaciones por este evento y de formularle a Usted, venerado Hermano, al Director y a toda la comunidad del Pontificio Instituto de Música Sacra mis votos cordiales.
Este Instituto, que depende de la Santa Sede, forma parte de la singular realidad académica constituida por las Universidades Pontificias romanas. De modo especial, está vinculado al Ateneo San Anselmo y a la orden benedictina, como atestigua también el hecho de que su sede didáctica esté colocada, desde 1983, en la abadía de San Girolamo in Urbe, mientras que la sede legal e histórica sigue estando en Sant’Apollinare. Al cumplirse el centenario, el pensamiento va a todos aquellos – y solo el Señor les conoce perfectamente – que cooperaron de alguna forma en la actividad de la Escuela Superior, antes, y después del Pontificio Instituto de Música Sacra: desde los Superiores que se sucedieron en su dirección, a los ilustres profesores, a las generaciones de alumnos. A la acción de gracias a Dios por los múltiples dones concedidos, se acompaña el reconocimiento por cuanto cada uno ha dado a la Iglesia, cultivando el arte musical al servicio del culto divino.
Para captar claramente la identidad y la misión del Pontificio Instituto de Música Sacra, es oportuno recordar que el Papa san Pío X lo fundó ocho años después de haber emanado el Motu proprio Tra le sollecitudini, del 22 de noviembre de 1903, con el que llevó a cabo una profunda reforma en el campo de la música sacra, volviendo a la gran tradición de la Iglesia contra las influencias ejercidas por la música profana, especialmente operística. Esta intervención magisterial necesitaba, para su realización en la Iglesia universal, de un centro de estudio y de enseñanza que pudiese transmitir de modo fiel y cualificado las líneas indicadas por el Sumo Pontífice, según la auténtica y gloriosa tradición que se remonta a san Gregorio Magno. En el arco de los últimos cien años, esta Institución ha por tanto asimilado, elaborado y transmitido los contenidos doctrinales y pastorales de los Documentos pontificios, como también del Concilio Vaticano II, concernientes a la música sacra, para que puedan iluminar y guiar la obra de los compositores, de los maestros de capilla, de los liturgistas, de los músicos y de todos los formadores en este campo.
Un aspecto fundamental, particularmente querido para mí, deseo poner de relieve a este propósito: cómo desde san Pío X hasta hoy se percibe, a pesar de la natural evolución, la sustancial continuidad del Magisterio sobre la música sacra en la Liturgia. En particular, los Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, a la luz de la Constitución conciliar Sacrosanctum Concilium, quisieron reafirmar el fin de la música sacra, es decir, "la gloria de Dios y la santificación de los fieles" (n. 112), y los criterios fundamentales de la tradición, que me limito a recordar: el sentido de la oración, de la dignidad y de la belleza; la plena adhesión a los textos y a los gestos litúrgicos; la implicación de la asamblea y, finalmente, la legítima adaptación a la cultura local, conservando al mismo tiempo la universalidad del lenguaje; la primacía del canto gregoriano, como modelo supremo de música sacra, y la sabia valoración de las demás formas expresivas, que forman parte del patrimonio histórico-litúrgico de la Iglesia, especialmente, pero no solo, la polifonía; la importancia de la schola cantorum, en particular en las iglesias catedrales. Son criterios importantes, que hay que considerar atentamente también hoy. A veces, de hecho, estos elementos, que se encuentran en la Sacrosanctum Concilium, como, precisamente, el valor del gran patrimonio eclesial de la música sacra o la universalidad que es característica del canto gregoriano, se consideraron expresiones de una concepción que respondía a un pasado que superar y descuidar, porque limitaba la libertad y la creatividad del individuo y de las comunidades. Pero tenemos que preguntarnos siempre de nuevo: ¿quién es el auténtico sujeto de la Liturgia? La respuesta es sencilla: la Iglesia. No es el individuo o el grupo el que celebra la Liturgia, sino que es ante todo acción de Dios a través de la Iglesia, que tiene su historia, su rica tradición y su creatividad. La Liturgia, y en consecuencia la música sacra, "vive de una relación correcta y constante entre sana traditio y legitima progressio, teniendo bien presente que estos dos conceptos – que los Padres conciliares claramente subrayaban - se integran mutuamente porque “la tradición es una realidad vive, que por ello incluye en sí misma el principio del desarrollo, del progreso” (Discurso al Pontificio Instituto Litúrgico, 6 de mayo de 2011).
Todo esto, venerado Hermano, forma, por así decirlo, el "pan cotidiano" de la vida y del trabajo del Pontificio Instituto de Música Sacra. Sobre la base de estos sólidos y seguros elementos, a los que se añade una experiencia ya secular, os animo a llevar adelante con renovado ímpetu y compromiso vuestro servicio en la formación profesional de los estudiantes, para que adquieran una seria y profunda competencia en las diversas disciplinas de la música sacra. Así, este Pontificio Instituto seguirá ofreciendo una contribución válida para la formación, en este campo, de los pastores y de los fieles laicos en las diversas Iglesias particulares, favoreciendo también un adecuado discernimiento de la calidad de las composiciones musicales utilizadas en las celebraciones litúrgicas. Para estas importantes finalidades podéis contar con mi solicitud constante, acompañada por el particular recuerdo en la oración, que confío a la intercesión celestial de la Beata Virgen María y de santa Cecilia, mientras, augurando copiosos frutos de las celebraciones centenarias, de corazón le imparto a usted, al director, a los profesores, al personal y a todos los alumnos del Instituto una especial Bendición Apostólica.
En el Vaticano, 13 de mayo de 2011
BENEDICTUS PP. XVI