martes, 1 de febrero de 2011

"El Altar Católico" Por Monseñor Klaus Gamber (9)


NOVENA PREGUNTA

¿Cuál era la posición del sacerdote y de los fieles en las iglesias en las que el ábside estaba en dirección a Oriente, iglesias que como se sabe constituían la mayoría de los antiguos santuarios?

En las basílicas que tenían varias naves laterales y con el ábside en dirección al oriente, los asistentes a la misa se situaban al principio en las naves laterales, así como en la parte trasera de la nave central. Formaban una especie de semicírculo abierto hacia Oriente y en el punto de convergencia se colocaba el celebrante (en el centro del círculo entero virtual).
En cambio, en las basílicas que tenían el ábside en dirección al occidente, el sacerdote, así como los clérigos y cantores que le rodeaban, se colocaban en el punto central de este semicírculo.
Cuando posteriormente, los fieles empezaron a ocupar la nave central y se colocaron así dispuestos como en una especie de columna militar, algo dinámico apareció que asemejaba a la columna del pueblo de Dios en marcha a través del desierto hacia la tierra prometida. Su posición hacia el este, indicaba el objetivo de la columna, el Paraíso perdido que siempre se buscaba hacia Oriente (Cf. Gen. 2,8) El celebrante y sus asistentes formaban la cabeza de esta columna.
La disposición inicial, que consistía en un semicírculo abierto, resultaba al contrario de un principio estático: la espera del Señor, que había subido a los cielos hacia el este (cf. Ps. 67,34; Zac. 14,4) y de allí regresaría (cf. Mat. 24,27, Ac. l,ll). Cuando se espera a una personalidad importante, se rompen las filas para formar un semicírculo, a fin de acoger al huésped de honor en su centro. San Juan Damasceno escribe: "En su Ascensión, se elevó hacia el Oriente y de esta forma fue adorado por sus Apóstoles, y así regresará, de la misma manera que le vieron subir al cielo, como el mismo Señor lo ha dicho: "como el relámpago que salta del oriente y brilla hasta el occidente, así será la venida del Hijo del hombre (Mat. 24,27). Porque le esperamos, le adoramos vueltos hacia el oriente". He aquí una tradición no escrita de los apóstoles" [26].
A partir de esta idea se ha representado en numerosas iglesias, desde aproximadamente el siglo VI ‑piénsese en las pinturas de esta época en Bawit (Egipto)‑ la Ascensión del Señor bajo la bóveda principal del Abside: en la parte superior de la imagen, Cristo glorioso llevado por ángeles; en la parte inferior María representando a la Iglesia, en actitud orante con las manos extendidas hacia el cielo y a su izquierda y a su derecha, los Apóstoles. Esta pintura representaba a la vez la Glorificación de Jesús en el cielo y su segunda parusia según la palabra de los ángeles a los apóstoles cuando la ascensión: " ... Ese Jesús que ha sido llevado de entre vosotros al cielo vendrá así como le habéis visto ir al cielo" (Hec. 1,11) .
Más tarde, en las pinturas de ábsides occidentales, Cristo en su trono fue sacado de esta composición y se convirtió en Majestas Domini rodeado de los símbolos de los cuatro evangelistas, en la pintura del ábside típico del arte románico. En el Oriente bizantino o se ha pintado al Señor en su gloria como Pantocrator bajo la bóveda principal del ábside o se ha colocado el conjunto de la Ascensión, bajo la cúpula superior del altar. En casi todos los casos, se prescinde de la Madre de Dios en estas composiciones, reservándola para la ornamentación del ábside .
Un pasaje del Apocalipsis debió influir para determinar el lugar central del ábside, que se le asigna a María: "El templo de Dios se abrió en el cielo, y dejose ver en su interior el Arca de la alianza (destinada como hemos visto a guardar la eucaristía sobre el altar) ... y enseguida apareció en el cielo una señal grande: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre la cabeza una corona de doce estrellas" (Ap. 11,19‑12, l).
Nótese aquí la relación entre María‑Iglesia y Arca de la Alianza; pero también el hecho de que el velo del templo ‑es decir, del santuario que éste recubre‑ sólo se abría en determinadas circunstancias. El misterio, el tremendum, exige ‑algo que hoy se olvida fácilmente‑ estar oculto, de donde nacía el deseo de verlo descubrirse.
El apóstol San Pablo escribe: "Ahora vemos por un espejo y obscuramente, entonces veremos cara a cara" (1 Cor. 13,12). Mirar hacia el este, no sólo significaba mirar hacia el Señor transfigurado en los cielos y regresando al fin de los tiempos, sino también el deseo de la última manifestación, de la revelación de la gloria futura.

DÉCIMA PREGUNTA


El hecho de que en las basílicas romanas más antiguas, el altar y el ábside se pueden encontrar prácticamente orientados en todas las direcciones, ¿no está en contradicción con la afirmación de que en los comienzos se rezaba siempre hacia oriente y en consecuencia, las iglesias se hacían con el ábside y el altar mirando al oriente? ¿Cómo explicarlo?


Se trata de iglesias edificadas sobre materiales de construcciones que ya existían en la antigüedad; o las que debido a las condiciones locales no permitían una exacta orientación este‑oeste. Lo cual no impedía que tanto el sacerdote como los fieles se volvieran al Oriente para la oración y el sacrificio, como era costumbre habitual entre los cristianos.

Así, por ejemplo, la célebre iglesia de San Clemente de Roma, que fue edificada sobre antiguas construcciones, tiene la entrada al sudeste. Esta es la razón por la que el celebrante tiene su sitio detrás del altar. Además, celebrar delante de él no sería posible debido a la disposición de los espacios. Para mirar hacia el Oriente durante el Santo Sacrificio es suficiente que el sacerdote gire ligeramente el cuerpo en esa dirección. Ocurre lo mismo para los fieles situados en los laterales. En San Clemente se utiliza la nave para la "schola", en ella se pueden ver dos ambones para la lectura de la epístola, el gradual y el evangelio.
En su libro "El rito y el hombre", Louis Bouyer escribe: "La idea de que la basílica romana era la forma ideal de una iglesia cristiana, porque permitía una celebración donde sacerdotes y fieles estuviesen cara a cara, es un completo contrasentido. Sería lo último en que hubiesen pensado nuestros antepasados". (pág. 241).
De cualquier manera, como hemos visto, la estricta orientación de las iglesias, tal como se encuentra a partir de los siglos IV y V, no hubiera tenido sentido, si no hubiera estado en correlación con la orientación de la plegaria.
Para corroborar la opinión según la cual el altar propiamente dicho (y la cruz que está sobre él) sería el punto de referencia hacia el que se volverían los fieles y al que de forma ideal, deberían rodear; se cita a manera de ejemplo, la expresión del memento de vivos del canon de la misa: "et omnium circumstantium " (y de todos los que nos rodean). Es preciso aclarar, en lo que respecta a la significación filológica de esta expresión, que circunstantes designa globalmente "las personas presentes" y no solamente "aquellos que forman un círculo alrededor de algo"; y de hecho, en los escritos de la época, no se conoce ningún ejemplo en que los fieles hiciesen un círculo alrededor del altar durante la celebración de la misa. De cualquier forma no se hubiera podido hacer, ya que en aquella época, como hoy día entre los orientales, los laicos no tenían derecho a entrar en el santuario.
El respeto no se desarrolla sino donde está animado por actitudes externas y si es necesario por prohibiciones destinadas a evitar profanaciones. Por ejemplo, si un sacristán puede apoyar sin escrúpulos sobre el altar una silla o una escalerilla para colocar en alto detrás del altar, candelabros o flores, la santidad del altar se profana groseramente. Estas actitudes son inimaginables en las iglesias de Oriente.
Por el contrario, la expresión "et omnium circumstantium " puede inducir a los fieles a tomar una actitud respetuosa durante la ofrenda del Santo Sacrificio: a saber, de pie, llenos de respeto. Pero hoy en día estas personas "presentes" se transforman fácilmente en "personas sedentes" (confortablemente) sobre sus asientos, a lo que contribuye la actual presencia de simples sillas en las iglesias, que incitan a ponernos cómodos. Ciertamente cambiar la manera moderna de ver este aspecto, no será fácil. Pero no se olvide que la actitud de pie, es la actitud litúrgica por excelencia, que además favorece el espíritu comunitario.

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