TERCERA PREGUNTA
¿En la edad media no había un altar destinado al pueblo, además del Altar mayor, como hoy día?
Esto es exacto en la medida en que en las iglesias Catedrales y en los monasterios había, por regla general, desde el fin de la época románica, un altar destinado al pueblo, colocado delante de la verja: era una especie de clausura del coro, pero un poco más alto que el de las iglesias primitivas, con dos entradas, que daban al coro de los canónigos o de los monjes; los cuales se encontraban así separados del resto de la iglesia. A causa de la cruz colocada encima de este altar o más exactamente en la verja, se conocía este altar como "el altar de la cruz".
Sobre este altar, en estas iglesias, se celebraba la misa para el "pueblo" (Pero "de espaldas al pueblo"); así toda misa destinada a una asistencia numerosa, como las misas solemnes de funerales o, en una iglesia catedral, la misa de coronación de un soberano. La predicación se hacía desde el púlpito. Sólo las misas conventuales (solemnes) se celebraban en el altar mayor, en el coro.
La función de la verja no era, pues, en primer lugar, ser una barrera entre el clero y el pueblo ‑y no se la debe comparar por esto con el iconostasio bizantino‑ sino más bien estaba destinada a crear para los canónigos o los monjes un espacio donde se pudiesen desarrollar, sin ser perturbadas, las funciones litúrgicas del coro (liturgia de las Horas y misa conventual). Por razones, tanto litúrgicas como arquitectónicas, fue totalmente irracional hacer desaparecer la verja y el altar de la cruz. Tal fue el caso de Alemania casi por todas partes, en la época de la Ilustración, siguiendo órdenes de las autoridades seculares [13].
Lo mismo que entonces se procedió a importantes modificaciones arquitectónicas en el interior de las iglesias ‑era necesario que los fieles tuvieran visión directa sobre el altar mayor‑ de la misma manera hoy, después del concilio, casi todas las antiguas iglesias han sido retocadas por los trabajos de "renovación".
Quien recorre hoy el mundo y visita las iglesias, descubre las soluciones más singulares en la disposición del santuario. En Italia sobre todo, cuando esto fue posible, los altares barrocos fueron despojados de su mesa, reemplazándola por los sitiales del celebrante y de sus asistentes. Pensamos que es la menos feliz de las soluciones, puesto que el retablo pierde así su antigua referencia al sacrificio eucarístico y se ve "degradado" hasta el punto de servir de respaldo a los asientos de los sacerdotes.
En la mayor parte de los casos, el antiguo altar mayor con su tabernáculo sólo sirve para conservar el Santísimo. Es necesario resignarse a que el sacerdote que se encuentra en el altar, dando cara al pueblo, vuelva constantemente la espalda al tabernáculo, hacia el cual, hasta hace poco, se dirigían los ojos de los fieles, cuando rezaban. En otras ocasiones, el coro parroquial se instala en las gradas del altar mayor, dando los cantores la espalda al tabernáculo y sirviéndose de la mesa de altar para depositar en ella sus diversos accesorios.
Por la misma razón, cuando las consideraciones artísticas lo permitían, se ha suprimido totalmente el altar mayor para conservar el Santísimo en un tabernáculo lateral, dentro del muro. Inmediatamente se planteó la pregunta, cómo ocupar el espacio del ábside que se había dejado vacío. A esto se han dado diferentes soluciones. Con frecuencia se ha instalado el órgano y su caja decorativa, o bien, la mayor parte de las veces, el coro parroquial, o simplemente se ha suspendido del muro del ábside el antiguo retablo del altar o un tapiz valioso, a manera de ornamento.
En definitiva ninguna de estas soluciones es satisfactoria, pues al instalar un nuevo altar, a este exceso de pura apariencia, se añade el hacer desaparecer el centro de gravedad espacial que constituía el altar mayor a los ojos del arquitecto que concibió la iglesia. Sin duda ninguna, A. Lorenzer, tiene razón cuando escribe: "El significado del altar forma parte integrante de la iglesia, ... el desplazamiento de este centro de gravedad espacial obligaría a una distribución totalmente nueva".
Esto se hace de una evidencia impresionante en las grandes iglesias, como por ejemplo en la catedral de Spire, donde las miradas de los que entraban se dirigían inmediatamente al antiguo altar mayor, coronado por su baldaquino. Hoy vaga en el vacío. La nueva mesa de altar, instalada en el coro, no obstante sus dimensiones y estar colocada en alto, apenas se hace visible y el altar cara al pueblo, unos escalones más abajo, no constituye de ninguna manera "centro de gravedad espacial ".
CUARTA PREGUNTA
En el "Manual de liturgia para el púlpito, la escuela y la casa" (Handbuch der Liturgie für Kanzel, Schule und Haus) del P. Alfons Neugart (1926), se lee: "En las basílicas de la primitiva Iglesia, el altar estaba colocado en medio del ábside del coro y el sacerdote celebrante se colocaba detrás de éste, con la cara vuelta hacia el pueblo. No había sobre el altar ni cruz, ni velas. Los sitiales para el obispo y eclesiásticos estaban colocados rodeándolo a lo largo del muro. Posteriormente el altar se adosó al muro, tal y como lo encontramos en nuestros días". ¿Es esto exacto?
Lo que es exacto es que, durante los primeros siglos, los sitiales del obispo y los sacerdotes se colocaban a lo largo del muro del ábside y no a sus lados. En los territorios griegos, con frecuencia estaban recargados de varias gradas, a fin de que el Obispo, sentado en su trono, pudiese ser visto de todos y ser mejor oído cuando pronunciaba su sermón desde su sede. La sede central se reservaba siempre para el Obispo, como todavía hoy en Oriente.
También es cierto que originariamente no se ponían en el altar ni cruces, ni velas, ni atril para el misal, solamente el cáliz y la patena con las ofrendas. Esto lo podemos comprobar en las pinturas y miniaturas medievales de la misa. Pero sí existía, hasta una época reciente, la costumbre de adornar con flores el suelo de la iglesia; jamás se adornaba con flores el altar.
Por regla general los altares eran pequeños, con una superficie que raramente sobrepasaba el metro cuadrado. En el claustro de la catedral de Ratisbonne existe, por ejemplo, un pequeño altar de piedra maciza, que se remonta a una época muy antigua; pero se encuentra también en "la antigua catedral" un enorme altar (de dos metros diez por un metro cuarenta) que posiblemente data del siglo V, representando una "confesión", lo que quiere decir que formaba parte del sepulcro de un mártir. De aquí su enorme tamaño. La pequeña superficie, de la mayoría de los altares, sólo dejaba espacio para las ofrendas del pan y del vino; precisamente esta característica servía para resaltar el carácter sacrificial de la misa; lo mismo que en los sacrificios de judíos y de paganos, sólo las ofrendas propiamente dichas tenían sitio sobre el altar.
Los altares en forma de mesas de grandes dimensiones eran raros en la antigüedad. Sin embargo igual que los altares que hemos citado, eran también profusamente adornados con telas preciosas, que colgaban hasta el suelo por los cuatro lados, aunque la mesa que recubrían no aparecía como tal mesa. Más tarde, en muchos lugares, se puso en la cara anterior de los altares, una alfombra de tela, madera o metal, ricamente adornada. Pero no se puede afirmar que el carácter de cena de la misa se pusiese de manifiesto por los altares en forma de mesa.
Más adelante hablaremos con detalle de la posición del sacerdote en el altar en tiempos de la Iglesia primitiva. Solamente citaremos aquí lo que escribió en la revista Der Seelsorger, en 1967, poco después del fin del Concilio Vaticano II, el P. Josef A. Jungmann, autor de la conocida obra Missarum sollemnia: "La afirmación, tan a menudo repetida, de que el altar de la iglesia primitiva suponía siempre que el sacerdote estaba vuelto al pueblo, se comprueba que es una leyenda".
Jungman además nos advierte contra el peligro, si se preconiza el altar cara al pueblo, de "hacer de esto una exigencia absoluta y, finalmente, una moda a la que nos sometemos sin reflexionar". Según él, la principal razón de esta recomendación de celebrar cara al pueblo es la siguiente: "Existe en nuestros días la tendencia de cargar el acento exclusivamente en el carácter de cena de la eucaristía".
Por su parte el propio Cardenal Ratzinger, en estos últimos años, nos llama la atención cada vez con más frecuencia contra el peligro de considerar la liturgia sólo bajo el aspecto de "comida fraternal".
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