jueves, 20 de enero de 2011

"El Altar Católico" Por Monseñor Klaus Gamber (5)


 
PRIMERA PREGUNTA
 
¿Cuál era la situación en la primitiva Iglesia? ¿No estaban los fieles con el presidente sentados a la "mesa del Señor"?
 
Aquí es conveniente distinguir bien entre la celebración del AGAPE (comida fraternal) y la de la EUCARISTÍA, que primitivamente se hacia a continuación del ágape, y más tarde la precedió. Esta cuestión la he tratado en detalle en mi libro "Beracha".
 
En los primeros siglos, cuando el número de miembros de la comunidad era aún restringido, se conservó la misma disposición de los asientos de la última Cena, tanto más cuanto que ella correspondía a las costumbre de la época. Muchas iglesias domésticas de la Iglesia primitiva, cuyos restos se han encontrado en las regiones alpinas, lo prueban claramente. En el centro de una habitación relativamente pequeña (poco más de 5 x 12,5 m) se encuentra un banco de piedra semicircular capaz para quince o veinte personas [9].
 
En los pueblos, en que el número de fieles era más elevado, había que añadir mesas suplementarias. El obispo y los presbíteros se sentaban en una de ellas, los fieles en otras, separados hombres y mujeres. En la epístola a los Gálatas (2,11‑12), el apóstol Pablo reprocha al apóstol Pedro el sentarse con los judíos convertidos, separado de los paganos convertidos.
 
Mientras que para la cena común, el ágape, estaban sentados en las mesas, para la celebración eucarística se levantaban y se colocaban detrás del celebrante que permanecía ante el altar, como lo prescribe expresamente la Didascalia de los Apóstoles, una instrucción de los siglos II‑III, que exige que se vuelvan estrictamente hacia el Oriente [10].
 
En el estadio siguiente, una vez suprimida la comida fraternal (hacia el siglo IV) desaparecen las mesas. En lo sucesivo los fieles se sentaran en bancos dispuestos a lo largo de los muros de la Iglesia. La mesa del altar, que antes era de madera, se convierte en un altar de piedra.
 
 
 
 
SEGUNDA PREGUNTA
 
¿Cómo podemos oponernos a los modernos altares cara al pueblo, cuando han sido prescritos por el Concilio y prácticamente se han introducido en el mundo entero?
 
En vano se buscará, en la Constitución sobre la liturgia, promulgada por el Concilio Vaticano II, una prescripción que exija celebrar la santa misa de cara al pueblo. Aún en 1947, el Papa Pío XII resaltaba en su encíclica Mediator Dei (n° 49), cuánto se equivocaba aquel que quisiera dar al altar su antigua forma de "mensa" (mesa). Hasta el concilio la celebración cara al pueblo no estaba autorizada (1 Ver más adelante pág. 26 y siguientes, con respecto al caso particular de ciertas basílicas romanas); estaba sin embargo tolerada tácitamente por algunos obispos, sobre todo para misas de jóvenes.
 
Entre nosotros, en Alemania, la nueva posición del sacerdote hizo su aparición con la Jugendbewegung (Movimiento de la Juventud) en los años veinte, cuando se empezaron las celebraciones eucarísticas en pequeños grupos, jugando un papel de precursor Romano Guardini con sus misas en el Castillo de Rothenfels. El movimiento litúrgico difundió esta costumbre, principalmente Pius Parsch, que acondicionó, en este sentido para su "parroquia litúrgica", una pequeña iglesia románica (Santa Gertrudis) en Klosterneuburg, cerca de Viena.
 
Finalmente, estos esfuerzos fueron aprobados por la instrucción de la Congregación de Ritos Inter oecumenici de 1964, que en consecuencia inspiró el nuevo misal. Allí se prescribe (para las nuevas construcciones): "Es aceptable construir el altar mayor separado del muro para que se facilite la vuelta y que se pueda celebrar cara al pueblo; y se colocará en el edificio sagrado de forma que sea verdaderamente el centro hacia el cual se vuelva espontáneamente la atención de la asamblea de fieles" (n° 91).
 
Desgraciadamente es exacto que los nuevos altares cara al pueblo se han instalado por todo el mundo, al menos esta parece ser la corriente que existe en la Iglesia católica romana. Sin embargo, propiamente hablando no puede decirse que estén prescritos.
 
En las Iglesias ortodoxas de Oriente, donde hoy existen millones de cristianos, se ha continuado respetando la costumbre de la Iglesia primitiva, según la cual el sacerdote, que celebra el Santo Sacrificio, está vuelto, con los fieles, hacia el ábside. Esta actitud vale tanto para las Iglesias de rito bizantino (griegas, rusas, búlgaras, serbias, etc.) como para las llamadas de rito oriental antiguo (armenia, siriaca, copta).
 
Que el altar deba estar separado del muro "para que se le pueda dar fácilmente la vuelta" es otra cuestión. Esta exigencia de la Congregación de Ritos está totalmente de acuerdo con la tradición" (El pontifical romano tradicional, en el capítulo "Sobre la dedicación de las iglesias", exige expresamente que el altar no esté adosado al muro, para que se le pueda dar la vuelta por todos lados a fin de poder cumplir convenientemente los ritos de consagración. El "misal de San Pío V" (edición de 1962), por otro lado indica la manera de proceder a la incensación de este tipo de altares. En contra de lo que a menudo se cree, el altar así dispuesto esta perfectamente de acuerdo con la tradición, aunque a partir de la baja edad media, se prefirió a menudo adosarlo al muro)
 
Durante más de diez siglos, como hasta en nuestros días en las iglesias ortodoxas de Oriente, el altar ha permanecido desprovisto de superestructuras. Un cambio se produjo en la época gótica con la aparición de los retablos. Estos tenían en parte la misma misión que las pinturas del ábside y los muros de la iglesia, representando las diferentes etapas de la salvación, desde la Anunciación del Ángel hasta la Ascensión del Señor.
 
Mientras que en las iglesias pequeñas los altares estaban adosados al muro del ábside, en las grandes, como se ha visto, frecuentemente estaban colocados, hasta la época gótica, en medio del santuario. Entonces se podía dar la vuelta alrededor cuando se incensaba, como se dice en el salmo 25: "Yo lavaré mis manos en la inocencia / y andaré en derredor de tu altar, ¡oh Yave! Haciendo resonar cantos de alabanza / ensalzando todos tus prodigios ".
 
Para resaltar la santidad del altar, por lo menos en las iglesias mayores, éste tenía sobrepuesto un baldaquín precioso sostenido por cuatro columnas. Se fijaban cortinas en los cuatro lados. Indudablemente hacían referencias a las cortinas del Templo de Jerusalem, que separaban el Santo de los Santos (Sancta Santorum) del santuario, tal como Dios se lo había prescrito a Moisés: "Harás un velo de púrpura violeta y escarlata ...Lo suspenderás de cuatro columnas de madera de acacia recubiertas de oro ...Colgarás el velo en corchetes, y allí, detrás del velo pondrás el arca de la alianza. El velo servirá para separar el santo de los santos del santuario" (Ex. 26,31‑33).
 
En el rito bizantino, como hemos visto, el Iconostasio sirve para hacer esta separación; pero según la concepción ortodoxa, éste con sus iconos representa también la Ecclesia caelestis (la Iglesia del Cielo), que celebra acorde con los fieles; si bien no debe ser considerado solamente como un objeto de separación sino de contemplación, para aquellos que participen en la celebración.
 
En otros ritos orientales no bizantinos, el Iconostasio no se emplea. En su lugar, como en el rito Armenio, encontramos dos cortinas: una pequeña ante el altar y una grande escondiendo todo el coro a los ojos de los fieles durante determinados momentos de la liturgia de la misa. Por ello San Juan Crisostomo dice: "Cuando veas correr las cortinas, piensa que entonces el cielo se abre en las alturas y que los ángeles descienden" [ 11].
 
Según el testimonio de Guillaume Durand, estas cortinas se utilizaron igualmente en occidente hasta la mitad de la edad media. Habla de tres velos: uno recibe las ofrendas del sacrificio, el segundo rodea el altar y el tercer velum está suspendido delante del coro [12].
 
Mientras que en sus principios la Iglesia, dentro de lo posible, ocultaba el altar, rodeándolo de telas preciosas y de tapices; he aquí que hoy este altar se encuentra, desnudo, en medio de la nave, expuesto a todas las miradas. ¿Acaso su santidad, como lugar donde se ofrece el sacrificio, está más resaltada de esta forma? Seguramente no. A menos que se quiera ‑contra toda tradición‑ considerarlo como una mesa de comedor y ponerlo así de manifiesto.
 
Entonces, ciertamente, no me queda más que aceptarlo ....
 
Pero en este caso, no se trataría de hacer presente aquí en la tierra el mundo celestial; se trataría del hombre y de su universo. El universo de Dios, de sus ángeles y santos, se convierte en marginal, pues apenas toca el nuestro. ¡Puede ser que, a pesar de todo, se interesen por un hombre llamado Jesús y de ciertos pasajes cuidadosamente escogidos de su Evangelio!
 

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